Muchas de estas historias que he recopilado son de campamentos,
y les pido que se las cuenten a sus hijos… es octubre, me puse oscuro como
Klaus Schwab y Bill Gates. (Risa malvada: Muaaajajaja)
ÓLEGOR
Hace unos años, en un campamento, hubo un grupo de
jóvenes extranjeros que, durante una excursión al sector de San Juan, se
perdió. Tras varias horas perdidos, encontraron a un hombre solitario: llevaba
un hacha a la espalda y no les daba buena espina pero, desesperados, le
preguntaron cómo se llegaba al sendero principal y luego a la carretera. A
pesar de la primera impresión, el hombre resultó ser súper agradable: les dijo
que se llamaba Ólegor y les acompañó hasta el camino, donde se despidió. Antes,
se hizo una selfie junto a los jóvenes.
El grupo de jóvenes contó en el pueblo más cercano que
el hombre que los había llevado hasta allí se llamaba Ólegor, pero los vecinos
de la localidad dijeron que aquello era imposible. El único Ólegor que había
vivido en el pueblo había fallecido en los años 70's, y murió de una forma
horrible: un grupo de niños jugaba a la pelota y se les escapó, y Ólegor fue
por ella. Llevaba un hacha en la mano y tuvo la mala suerte de tropezar y
cortarse su propia pierna.
Murió desangrado.
Los jóvenes escucharon incrédulos y pensaron que,
incluso a pesar de las coincidencias del nombre y de que aquel señor también
llevaba un hacha, era imposible que se trata de la misma persona. Sin embargo,
cuando revisaron aquella selfie que se habían sacado al llegar al pueblo, se
percataron de algo que les hizo cambiar de parecer: Ólegor había desaparecido
de la fotografía.
[Adaptación:
VDM]
UN OLOR TERRIBLE
Era invierno, y un grupo de amigas había decidido ir
al club Andino para pasar unos días. Se registraron en el hotel y subieron a su
habitación a dejar el equipaje, pero notaron un olor peculiar, como si se les
hubiera olvidado sacar la basura o no hubieran tirado de la cadena del váter.
Sin embargo, todo parecía estar en orden, así que se fueron a esquiar y no
volvieron hasta la última hora de la noche.
El olor había empeorado notablemente a lo largo del
día y ya era casi insoportable, de modo que llamaron a mantenimiento para que
localizara su origen. La persona que les mandaron miró debajo de las camas,
dentro de los armarios, incluso olfateó los desagües y las ventilaciones, pero
no pudo encontrar la fuente del olor. Al final, limpiaron la habitación con
generosas cantidades de productos perfumados, pusieron la ventilación al máximo
y desearon las buenas noches al grupo de amigas. La peste estaba, por el
momento, enmascarada, y como ellas estaban agotadas, se fueron a la cama.
Una de ellas escondió la cartera debajo del colchón,
como acostumbraba a hacer en los hoteles.
Todas durmieron hasta bien entrada la mañana: grandes
rayos de sol entraban ya en la habitación, caldeándola en extremo. El hedor
seguía presente y más potente que nunca. Una de las mujeres, ya bastante
irritada, volvió a llamar al departamento de mantenimiento para quejarse. Luego
llamó al director del hotel para quejarse un poco más. Un pequeño ejército de
personal de dirección y mantenimiento se presentó en breve, y una vez más,
rebuscaron por todas partes sin resultado. Sin embargo, todos estuvieron de
acuerdo en que el olor era inaguantable, así que dirección ofreció cambiar a
las amigas de habitación.
Recogieron sus cosas para bajar al vestíbulo, pero
cuando la señora que había escondido la cartera hurgó debajo del colchón, tocó
algo que parecía sospechosamente una mano humana. Quitaron el colchón de encima
de la cama y ahí, en un hueco practicado entre los muelles del somier, había un
hombre muerto. Era evidente que lo habían asesinado en la habitación y el
asesino lo había escondido entre el colchón y el somier. Había recortado una
parte de los muelles del somier para que el cuerpo no formara un bulto en la
cama.
[De
Tened miedo… Mucho miedo. El libro de las leyendas urbanas de terror, de Jan
Harold Brunvand. Adaptación: VDM].
LA COSA
Ted Martin y Sam Miller eran buenos amigos. Ambos
pasaban muchos tiempos juntos. En esa noche en particular estaban sentados
sobre una valla cerca de la oficina de correos hablando sobre nada en
particular.
Había un campo de nabos enfrente de la carretera. De
repente vieron algo arrastrarse fuera del campo y ponerse en pie. Parecía un
hombre, pero en la oscuridad resultaba difícil saberlo a ciencia cierta. Luego
desapareció. Pero pronto apareció de nuevo. Se acercó hasta la mitad de la
carretera, en ese momento se dio la vuelta y regresó al campo.
Después salió por tercera vez y se dirigió hacia
ellos. Llegados a ese punto Ted y Sam sentían miedo y comenzaron a correr. Pero
cuando finalmente se detuvieron, pensaron que se estaban comportando como unos
bobos. No estaban seguros de lo que les había asustado. Por lo que decidieron
volver y comprobarlo.
Lo vieron muy pronto, porque venía a su encuentro.
Llevaba puestos unos pantalones negros, camisa blanca y tirantes oscuros. Sam
dijo: «Intentaré tocarlo. De ese modo sabremos si es real».
Se acercó y escudriñó su rostro. Tenía unos ojos
brillantes y maliciosos profundamente hundidos en su cabeza. Parecía un
esqueleto. Ted echó una mirada y gritó, y de nuevo él y Sam corrieron, pero
esta vez el esqueleto los siguió. Cuando llegaron a casa de Ted, permanecieron
frente a la puerta y lo observaron. Se quedó un momento en el camino y luego
desapareció.
Un año más tarde Ted enfermó y murió. En sus últimos
momentos, Sam se quedó con él todas las noches. La noche en que Ted murió, Sam
dijo que su aspecto era exactamente igual al del esqueleto.
[De
Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz]
SITIO PARA UNO MÁS
Un hombre estadounidense llamado Joseph Blackwell
llegó a Punta Arenas en un viaje de negocios. Se hospedó en la gran casa que
unos amigos poseían en las afueras de la ciudad. Esa noche pasaron un buen rato
conversando y rememorando viejos tiempos. Pero cuando Blackwell fue a la cama,
comenzó a dar vueltas y no era capaz de dormir.
En un momento de la noche, oyó un auto llegar a la
entrada de la casa. Se acercó a la ventana para ver quién podía arribar a una
hora tan tardía. Bajo la luz de la luna vio un auto fúnebre de color negro
lleno de gente. El conductor alzó la mirada hacia él. Cuando Blackwell vio su
extraño y espantoso rostro, se estremeció. El conductor le dijo: «Hay sitio
para uno más». Entonces el conductor esperó uno o dos minutos, y se retiró.
Por la mañana, Blackwell les contó a sus amigos lo que
había pasado. «Estabas soñando», dijeron ellos. «Eso debe haber sido», repuso
él, «pero no parecía un sueño». Después del desayuno se marchó a la ciudad.
Pasó el día en las oficinas de uno de los nuevos y altos edificios de la ciudad.
A última hora de la tarde, él estaba esperando un
ascensor que lo llevara de vuelta a la calle. Pero cuando se detuvo en su piso,
este se encontraba muy lleno. Uno de los pasajeros lo miró y le dijo: «Hay
sitio para uno más». Se trataba del conductor del auto fúnebre. «No, gracias»,
dijo Blackwell. «Esperaré al siguiente».
Las puertas se cerraron y el ascensor empezó a bajar.
Se oyeron voces y gritos, y un gran estruendo. El ascensor se había desplomado
contra el fondo. Todas las personas que había a bordo murieron.
[De
Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz]
ANILLOS EN SUS DEDOS
Daisy Clark había estado en coma durante más de un mes
cuando el médico dijo que finalmente había muerto. Fue enterrada en un fresco
día de verano en un pequeño cementerio a un kilómetro y medio de su casa.
«Que descanse siempre en paz», dijo su marido. Pero no
lo hizo. A última hora de la noche, un ladrón de tumbas con una pala y una
linterna comenzó a desenterrarla. Como la tierra seguía estando suelda, llegó
rápidamente al ataúd y lo abrió. Su presentimiento era cierto. Daisy había sido
enterrada portando dos valiosos anillos: un anillo de bodas con un diamante y
un anillo con un rubí que brillaba como si estuviera vivo.
El ladrón se arrodilló y extendió sus manos dentro del
ataúd para arrebatar los anillos, pero estaban totalmente adheridos a sus
dedos. Así que decidió que la única manera de hacerse con ellos era cortando
los dedos con un cuchillo. Pero cuando cortó el dedo con la alianza, este
comenzó a sangrar, y Daisy Clark comenzó a moverse. ¡De repente, ella se sentó!
Aterrorizado, el ladrón se puso en pie. Golpeó accidentalmente la linterna y la
luz se apagó.
Podía oír a Daisy salir de su tumba. Al pasar junto a
él en la oscuridad, el ladrón se quedó allí congelado de miedo, aferrando el
cuchillo con la mano. Cuando Daisy lo vio, se cubrió con su sudario y le
preguntó: ¿«Quién eres?». Al escuchar hablar al «cadáver», el ladrón de tumbas
corrió. Daisy se encogió de hombros y siguió caminando, y no miró hacia atrás
ni una sola vez.
Pero llevado por su temor y confusión, el ladrón huyó
en la dirección equivocada. Se lanzó de cabeza en la tumba aún abierta, cayó
sobre el cuchillo que llevaba en su mano y él mismo se apuñaló. Mientras Daisy
caminaba hacia su hogar, el ladrón se desangró hasta morir.
[De
Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz]
JUEGOS PELIGROSOS
Era costumbre de los cinco chicos, reunirse en
distintos puntos de la ciudad para realizar prácticas de espiritismo, solo por
llamarlo así, pues del asunto sabían muy poco, eran simples aficionados de lo
paranormal, sin ningún conocimiento sólido de lo que estaban haciendo. En
repetidas ocasiones, habían intentado contactarse con seres del más allá, a
través de métodos mencionados en internet o en libros comerciales de dudosa
procedencia; pero como era de esperarse, no habían obtenido resultados, solo
les servía para pasar el rato. En cierta ocasión, se reunieron en una solitaria
propiedad en las afueras de la ciudad, de la cual se contaban horrores y se
prohibía el paso. Al llegar, no vieron en el sitio nada imponente, se trataba
de una diminuta y derruida cabaña, la cual no tenía si quiera espacio para
ventanas, le faltaba la mitad del techo y mostraba rastros de daños por fuego.
Su primera impresión los dejó tan decepcionados que decidieron marcharse a un
lugar más tétrico, pero ya estaban ahí, no sería un viaje en vano. Sacaron sus
artefactos, una ouija casera, un par de velas negras, sangre de animales, etc.
Pero nada de esto era necesario, el lugar por si solo ya era bastante, apenas
los cinco estuvieron dentro de la reducida cabaña, está se iluminó por
completo, debido a una nube de fuego que se posaba en el techo, la cual no era
más que la ardiente mano de Satanás, que fue invocado por verdaderos practicantes
del ocultismo en épocas pasadas. La promesa para él, fue que las almas vendrían
voluntariamente a sus dominios, donde podría fácilmente calcinar los cuerpos
con sus llamas infernales, y robarles la esencia, alimentándose de su miedo,
para llevar el resto al averno, donde experimentarían el sufrimiento eterno.
Finalmente, los chicos encontraron lo que andaban buscando, contactaron con lo
sobrenatural, lo sintieron, formaron parte de ello, y terminaron en sus
dominios, solo que olvidaron lo principal en el trato con el Demonio, y es que
él no está hecho para servir a nadie, mucho menos para ser incluido en sus
juegos, buscaban solamente pasar un rato divertido, y terminaron siendo uno más
de los lamentos, que se escuchan desde el infierno.
Fuente:
verne.elpais.com
Edición final: V.D.M.