viernes, 6 de octubre de 2023

Rezyklon presenta: Historias de suspenso y misterio

 


Muchas de estas historias que he recopilado son de campamentos, y les pido que se las cuenten a sus hijos… es octubre, me puse oscuro como Klaus Schwab y Bill Gates. (Risa malvada: Muaaajajaja)

 

ÓLEGOR



Hace unos años, en un campamento, hubo un grupo de jóvenes extranjeros que, durante una excursión al sector de San Juan, se perdió. Tras varias horas perdidos, encontraron a un hombre solitario: llevaba un hacha a la espalda y no les daba buena espina pero, desesperados, le preguntaron cómo se llegaba al sendero principal y luego a la carretera. A pesar de la primera impresión, el hombre resultó ser súper agradable: les dijo que se llamaba Ólegor y les acompañó hasta el camino, donde se despidió. Antes, se hizo una selfie junto a los jóvenes.

El grupo de jóvenes contó en el pueblo más cercano que el hombre que los había llevado hasta allí se llamaba Ólegor, pero los vecinos de la localidad dijeron que aquello era imposible. El único Ólegor que había vivido en el pueblo había fallecido en los años 70's, y murió de una forma horrible: un grupo de niños jugaba a la pelota y se les escapó, y Ólegor fue por ella. Llevaba un hacha en la mano y tuvo la mala suerte de tropezar y cortarse su propia pierna.

Murió desangrado.

Los jóvenes escucharon incrédulos y pensaron que, incluso a pesar de las coincidencias del nombre y de que aquel señor también llevaba un hacha, era imposible que se trata de la misma persona. Sin embargo, cuando revisaron aquella selfie que se habían sacado al llegar al pueblo, se percataron de algo que les hizo cambiar de parecer: Ólegor había desaparecido de la fotografía.

 

[Adaptación: VDM]

 

UN OLOR TERRIBLE



Era invierno, y un grupo de amigas había decidido ir al club Andino para pasar unos días. Se registraron en el hotel y subieron a su habitación a dejar el equipaje, pero notaron un olor peculiar, como si se les hubiera olvidado sacar la basura o no hubieran tirado de la cadena del váter. Sin embargo, todo parecía estar en orden, así que se fueron a esquiar y no volvieron hasta la última hora de la noche.

El olor había empeorado notablemente a lo largo del día y ya era casi insoportable, de modo que llamaron a mantenimiento para que localizara su origen. La persona que les mandaron miró debajo de las camas, dentro de los armarios, incluso olfateó los desagües y las ventilaciones, pero no pudo encontrar la fuente del olor. Al final, limpiaron la habitación con generosas cantidades de productos perfumados, pusieron la ventilación al máximo y desearon las buenas noches al grupo de amigas. La peste estaba, por el momento, enmascarada, y como ellas estaban agotadas, se fueron a la cama.

Una de ellas escondió la cartera debajo del colchón, como acostumbraba a hacer en los hoteles.

Todas durmieron hasta bien entrada la mañana: grandes rayos de sol entraban ya en la habitación, caldeándola en extremo. El hedor seguía presente y más potente que nunca. Una de las mujeres, ya bastante irritada, volvió a llamar al departamento de mantenimiento para quejarse. Luego llamó al director del hotel para quejarse un poco más. Un pequeño ejército de personal de dirección y mantenimiento se presentó en breve, y una vez más, rebuscaron por todas partes sin resultado. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo en que el olor era inaguantable, así que dirección ofreció cambiar a las amigas de habitación.

Recogieron sus cosas para bajar al vestíbulo, pero cuando la señora que había escondido la cartera hurgó debajo del colchón, tocó algo que parecía sospechosamente una mano humana. Quitaron el colchón de encima de la cama y ahí, en un hueco practicado entre los muelles del somier, había un hombre muerto. Era evidente que lo habían asesinado en la habitación y el asesino lo había escondido entre el colchón y el somier. Había recortado una parte de los muelles del somier para que el cuerpo no formara un bulto en la cama.

 

[De Tened miedo… Mucho miedo. El libro de las leyendas urbanas de terror, de Jan Harold Brunvand. Adaptación: VDM].

 

LA COSA



Ted Martin y Sam Miller eran buenos amigos. Ambos pasaban muchos tiempos juntos. En esa noche en particular estaban sentados sobre una valla cerca de la oficina de correos hablando sobre nada en particular.

Había un campo de nabos enfrente de la carretera. De repente vieron algo arrastrarse fuera del campo y ponerse en pie. Parecía un hombre, pero en la oscuridad resultaba difícil saberlo a ciencia cierta. Luego desapareció. Pero pronto apareció de nuevo. Se acercó hasta la mitad de la carretera, en ese momento se dio la vuelta y regresó al campo.

Después salió por tercera vez y se dirigió hacia ellos. Llegados a ese punto Ted y Sam sentían miedo y comenzaron a correr. Pero cuando finalmente se detuvieron, pensaron que se estaban comportando como unos bobos. No estaban seguros de lo que les había asustado. Por lo que decidieron volver y comprobarlo.

Lo vieron muy pronto, porque venía a su encuentro. Llevaba puestos unos pantalones negros, camisa blanca y tirantes oscuros. Sam dijo: «Intentaré tocarlo. De ese modo sabremos si es real».

Se acercó y escudriñó su rostro. Tenía unos ojos brillantes y maliciosos profundamente hundidos en su cabeza. Parecía un esqueleto. Ted echó una mirada y gritó, y de nuevo él y Sam corrieron, pero esta vez el esqueleto los siguió. Cuando llegaron a casa de Ted, permanecieron frente a la puerta y lo observaron. Se quedó un momento en el camino y luego desapareció.

Un año más tarde Ted enfermó y murió. En sus últimos momentos, Sam se quedó con él todas las noches. La noche en que Ted murió, Sam dijo que su aspecto era exactamente igual al del esqueleto.

 

[De Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz]

 

SITIO PARA UNO MÁS



Un hombre estadounidense llamado Joseph Blackwell llegó a Punta Arenas en un viaje de negocios. Se hospedó en la gran casa que unos amigos poseían en las afueras de la ciudad. Esa noche pasaron un buen rato conversando y rememorando viejos tiempos. Pero cuando Blackwell fue a la cama, comenzó a dar vueltas y no era capaz de dormir.

En un momento de la noche, oyó un auto llegar a la entrada de la casa. Se acercó a la ventana para ver quién podía arribar a una hora tan tardía. Bajo la luz de la luna vio un auto fúnebre de color negro lleno de gente. El conductor alzó la mirada hacia él. Cuando Blackwell vio su extraño y espantoso rostro, se estremeció. El conductor le dijo: «Hay sitio para uno más». Entonces el conductor esperó uno o dos minutos, y se retiró.

Por la mañana, Blackwell les contó a sus amigos lo que había pasado. «Estabas soñando», dijeron ellos. «Eso debe haber sido», repuso él, «pero no parecía un sueño». Después del desayuno se marchó a la ciudad. Pasó el día en las oficinas de uno de los nuevos y altos edificios de la ciudad.

A última hora de la tarde, él estaba esperando un ascensor que lo llevara de vuelta a la calle. Pero cuando se detuvo en su piso, este se encontraba muy lleno. Uno de los pasajeros lo miró y le dijo: «Hay sitio para uno más». Se trataba del conductor del auto fúnebre. «No, gracias», dijo Blackwell. «Esperaré al siguiente».

Las puertas se cerraron y el ascensor empezó a bajar. Se oyeron voces y gritos, y un gran estruendo. El ascensor se había desplomado contra el fondo. Todas las personas que había a bordo murieron.

 

[De Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz]

 

ANILLOS EN SUS DEDOS



Daisy Clark había estado en coma durante más de un mes cuando el médico dijo que finalmente había muerto. Fue enterrada en un fresco día de verano en un pequeño cementerio a un kilómetro y medio de su casa.

«Que descanse siempre en paz», dijo su marido. Pero no lo hizo. A última hora de la noche, un ladrón de tumbas con una pala y una linterna comenzó a desenterrarla. Como la tierra seguía estando suelda, llegó rápidamente al ataúd y lo abrió. Su presentimiento era cierto. Daisy había sido enterrada portando dos valiosos anillos: un anillo de bodas con un diamante y un anillo con un rubí que brillaba como si estuviera vivo.

El ladrón se arrodilló y extendió sus manos dentro del ataúd para arrebatar los anillos, pero estaban totalmente adheridos a sus dedos. Así que decidió que la única manera de hacerse con ellos era cortando los dedos con un cuchillo. Pero cuando cortó el dedo con la alianza, este comenzó a sangrar, y Daisy Clark comenzó a moverse. ¡De repente, ella se sentó! Aterrorizado, el ladrón se puso en pie. Golpeó accidentalmente la linterna y la luz se apagó.

Podía oír a Daisy salir de su tumba. Al pasar junto a él en la oscuridad, el ladrón se quedó allí congelado de miedo, aferrando el cuchillo con la mano. Cuando Daisy lo vio, se cubrió con su sudario y le preguntó: ¿«Quién eres?». Al escuchar hablar al «cadáver», el ladrón de tumbas corrió. Daisy se encogió de hombros y siguió caminando, y no miró hacia atrás ni una sola vez.

Pero llevado por su temor y confusión, el ladrón huyó en la dirección equivocada. Se lanzó de cabeza en la tumba aún abierta, cayó sobre el cuchillo que llevaba en su mano y él mismo se apuñaló. Mientras Daisy caminaba hacia su hogar, el ladrón se desangró hasta morir.

 

[De Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz]

 

JUEGOS PELIGROSOS



Era costumbre de los cinco chicos, reunirse en distintos puntos de la ciudad para realizar prácticas de espiritismo, solo por llamarlo así, pues del asunto sabían muy poco, eran simples aficionados de lo paranormal, sin ningún conocimiento sólido de lo que estaban haciendo. En repetidas ocasiones, habían intentado contactarse con seres del más allá, a través de métodos mencionados en internet o en libros comerciales de dudosa procedencia; pero como era de esperarse, no habían obtenido resultados, solo les servía para pasar el rato. En cierta ocasión, se reunieron en una solitaria propiedad en las afueras de la ciudad, de la cual se contaban horrores y se prohibía el paso. Al llegar, no vieron en el sitio nada imponente, se trataba de una diminuta y derruida cabaña, la cual no tenía si quiera espacio para ventanas, le faltaba la mitad del techo y mostraba rastros de daños por fuego. Su primera impresión los dejó tan decepcionados que decidieron marcharse a un lugar más tétrico, pero ya estaban ahí, no sería un viaje en vano. Sacaron sus artefactos, una ouija casera, un par de velas negras, sangre de animales, etc. Pero nada de esto era necesario, el lugar por si solo ya era bastante, apenas los cinco estuvieron dentro de la reducida cabaña, está se iluminó por completo, debido a una nube de fuego que se posaba en el techo, la cual no era más que la ardiente mano de Satanás, que fue invocado por verdaderos practicantes del ocultismo en épocas pasadas. La promesa para él, fue que las almas vendrían voluntariamente a sus dominios, donde podría fácilmente calcinar los cuerpos con sus llamas infernales, y robarles la esencia, alimentándose de su miedo, para llevar el resto al averno, donde experimentarían el sufrimiento eterno. Finalmente, los chicos encontraron lo que andaban buscando, contactaron con lo sobrenatural, lo sintieron, formaron parte de ello, y terminaron en sus dominios, solo que olvidaron lo principal en el trato con el Demonio, y es que él no está hecho para servir a nadie, mucho menos para ser incluido en sus juegos, buscaban solamente pasar un rato divertido, y terminaron siendo uno más de los lamentos, que se escuchan desde el infierno.

 

 


 

 

 

 

 

 

 

Fuente:

verne.elpais.com

Edición final: V.D.M.