LA NIEBLA
«Estoy
en un bosque. Los árboles son gigantes, sus hojas espesas y negras se pierden
en la masa húmeda que cubre el suelo. Sigo caminando, un instinto arraigado que
me impulsa a avanzar, aunque no vea más allá de mis propios pies. La niebla es
una presencia física, pesada, que ahoga cualquier sonido y distorsiona la
realidad.
De
pronto, llego a un lugar donde hay un cerco de troncos podridos, apilados sin
orden. Es una barrera silenciosa, un límite invisible. Justo detrás de él,
entre la niebla que se retuerce como serpientes, se alza una capilla. Pequeña,
destartalada, pero visible. Su techo está cubierto de musgo y su única ventana,
empedrada, se ve como un ojo cerrado.
Ingreso.
El olor a humedad y a algo más... algo podrido, me recorre el pecho. Dentro, el
suelo es de tierra seca, pero mojada bajo la capa de niebla que también se
filtró. El silencio es absoluto, rotado únicamente por el susurro sordo de la
niebla misma.
Y
entonces lo veo. Colgado de una cruz de madera vieja y podrida, un sacerdote.
No hay rastro de vida en su cuerpo inerte, solo la figura retorcida bajo el
peso de su propia cadencia. Pero eso no es lo que me hace retroceder.
Los
feligreses. De rodillas, todos. Cinco, seis... quizás más. Están ahí,
inmóviles, con los ojos abiertos y mirando hacia arriba, hacia la cruz. No hay
signos de vida, solo una palidez cadavérica, pálidos como las hojas secas en
invierno. Sus cuerpos están espaciados, como si hubieran sido colocados con
cuidado y la sangre congelada está por todo el suelo sucio.
Cuerpos
destrozados, madera negra, rota, tierra y barro por todo el ex sacro lugar.
Cabezas empaladas, vísceras sobre los bancos, biblias rotas, hojas empapadas en
sangre oxidada.
Siento
un grito horrible, una cacofonía que se retuerce en mi garganta, pero no sale.
Me ahogo en el silencio y la niebla. Algo más... algo inquietante... flota en
el aire. Es grande, inmenso. Y tiene brazos largos.
Corro.
Mi aliento se ensordece, mis pies resbalan sobre la tierra húmeda. La niebla me
acecha, se me acerca. Corro hacia la salida, hacia el cerco de troncos, hacia
la luz que supuestamente debería estar afuera.
El
pasto se hace más denso, más espeso, como si el suelo mismo se ensanchara para
atraparme. De pronto, caigo. No es un resbalón, es un sumersión. Caigo en un
pantano de coirón, tierra lodosa y agua fría y espesa. Me hundo. Las raíces me
retienen, me arrastran. La niebla sigue siendo densa, una nube oscura que me
inunda, me ahoga lentamente.
Aparecen
figuras oscuras. No son personas. Se retuercen en la niebla, contorsionándose
como serpientes en un sueño. Sus caras no se distinguen, pero sus ojos,
visibles entre las sombras, me miran. Me observan con una mezcla de piedad y
terror. Sus gestos son torpes, como si estuvieran atrapados entre dos mundos.
Entonces
despierto empapado en sudor, el corazón martilleando contra mis costillas como
un pájaro atrapado. La niebla, esa maldita niebla, lo inunda todo. Mi
habitación, normalmente acogedora, es un espacio fantasmal, difuso,
envuelto en una bruma blanca y opaca que se aferra a las paredes y se desliza
por el suelo. No hay sonidos, solo el silencio opresivo y el susurro constante
de la niebla.
Me
incorporo en la cama, las sábanas húmedas y frías pegadas a mi piel. La
pesadilla aún palpita en mi mente, vívida y aterradora. El bosque, la capilla,
el sacerdote colgado… los feligreses inertes… y esa cosa… esa monstruosa
entidad que flotaba en el aire, con sus brazos largos y delgados, sus dedos
como garras. El pantano, el coirón, las figuras retorcidas que me observaban
desde la oscuridad…
Salgo de la habitación. La niebla es aún más densa en el pasillo, un velo blanco que distorsiona la realidad, convirtiendo mi casa en un laberinto fantasmal. No está mi madre, no está mi gatito, no hay nadie. Mi mente intenta adaptarse, siento mareos, quiero vomitar.
Abro
la puerta principal y salgo a la calle. El silencio es ensordecedor.
No
hay autos, no hay pájaros, no hay gente. No hay nada. Solo la niebla, un mar
blanco e infinito que se extiende hasta donde alcanza la vista.
No
hay sol, ni luna, ni estrellas. No hay día ni noche. Solo la niebla.
¿Es
una pesadilla prolongada? ¿O hay algo más, algo siniestro, que se ha apoderado
de mi mundo?
La
sensación de irrealidad es abrumadora. El miedo, frío y viscoso, se aferra a mi
garganta. Tengo que encontrar respuestas, tengo que entender qué está
sucediendo. Pero ¿a quién puedo recurrir?
¿A
quién puedo confiarle mi terrorífica realidad? La niebla es mi única compañía,
mi única prisión. Y en su silencio, en su opacidad, se oculta algo… algo que me
observa, algo que me espera. Algo que no es humano.
Todo es un mar gris.
Estoy solo. Aislado en un mundo blando y espeso, donde la pesadilla parece haberse filtrado de alguna manera inesperada, en la forma más física posible. Y no sé si estoy muerto, dormido o simplemente atrapado en una ilusión más oscura que la niebla que me rodea».
FIN?
«A veces
la vida solo puede comenzar de verdad al conocer la muerte.
Al saber
que todo puede terminar, aun cuando menos lo quieres.
Lo
importante en la vida es creer...que mientras estés vivo nunca es tarde.
Te juro,
no importa cuán malo parezca todo... las cosas se ven mejores al estar
despierto que dormido.
Cuando
mueres, solo hay una cosa que quieres que pase.
Quieres
regresar».
(Del film
The Jacket)
Redactado
por: NAIra M. Wiss
Agregados y
correcciones de: Jarl Asathørn. [Basado en mis pesadillas]