EL
HOMO DIGITALIS: GRAN RESETEO Y FIN DE LA CIVILIZACIÓN (1)
Miguel
Chajín Flórez
El único ser que construye cultura es el humano; la cultura
no es otra cosa que la producción, materialización, transferencia, revisión o
evaluación de las ideas y su reemplazo por otras, a través de la historia. No
hay ningún otro ser cultural en el mundo, y la esencia de la cultura son las
ideas, y estas no son posible sin la condición racional.
La diferencia entre la vida animal y humana es que las
formas organizativas de los animales no varían como especie, y las reacciones a
las circunstancias vitales del presente no pueden transmitirse a otras
generaciones. Es decir, el «comportamiento» animal siempre será el mismo, y si
hay alguna variación de éste no se transmite en el tiempo.
La inteligencia, que puede definirse como la diversidad de
lógicas que subyace a la estructura, organización y funcionamiento de la
realidad no puede depender de las cosas, aunque todo lo real es racional, en el
sentido de que ha sido diseñado por alguien; en el caso de la cultura ese
diseño lo hace el hombre, y en el caso de toda la realidad el diseño lo hace
Dios. Lo que parece una paradoja es que siendo Dios el gran diseñador de todo,
permita que el hombre haga sus propios diseños culturales.
El comportamiento humano en lo social sí puede transmitirse
a otras generaciones, y las personas están en la libertad de aceptarlo,
modificarlo o rechazarlo; por tanto, sólo el ser humano puede dar cuenta por sí
mismo de gran parte de su modo de ser, no así los animales, cuyo comportamiento
no depende de sí mismo.
El mismo Hegel entendió el carácter racional que subyace a
lo creado, y hoy la biología puede dar cuenta del orden de la vida, lo que no
sorprende, porque Louis Pasteur, quien fue un Químico y bacteriólogo francés,
era católico, similar a Gregor Mendel, padre de la genética, que era un
sacerdote agustino. En la física pasó algo similar, por discernir la
inteligencia que subyace a las cosas, como es el caso de Isacc Newton, padre de
la física moderna, quien era protestante, y encontró en la Biblia razones para
entender el universo. Pero mucho antes de estos científicos, los filósofos pre
socráticos eran creyentes en la racionalidad que subyace a la naturaleza, como
es el caso del hilozoísmo, seis siglos antes de Jesucristo; no por casualidad
Werner Jaeger escribió el libro «La Teología de los primeros filósofos griegos».
Para decirlo de otra manera, la inteligencia del cosmos en
general no puede entenderse desde sí misma, a menos que se quiera retroceder
más de 2000 años de ciencia, hasta los presocráticos; pero es evidente que a
las cosas le subyace una inteligencia, por su estructura, organización y
funcionamiento, y eso debe ser explicado de alguna forma; de allí que la
existencia de Dios no es como lo piensan los marxistas, un fruto de la
superstición y la ignorancia; todo lo contrario, tratar de decir que la
inteligencia que subyace a las cosas se origina por el azar no es ignorancia
sino estupidez, ya que la sola probabilidad como herramienta de las ciencias
naturales lo refuta.
Si se ve como una máquina, o como un sistema, a todo lo que
existe le subyace una inteligencia, y aún desde la misma probabilidad
estadística, utilizando sofisticados mecanismos de cálculo, es imposible pensar
que la naturaleza sea producto del azar, como lo plantea Scott Huse, científico
en computación del laboratorio Roma de Las Fuerzas Armadas de los Estados
Unidos, quien escribió un libro llamado «El Colapso de la evolución», donde
incluye un apéndice de Programa de demostración para computadores.
Sin darse cuenta, los mismos defensores del desarrollo
sostenible aceptan la existencia de una naturaleza hecha con inteligencia,
cuando hablan de ecosistemas, y de equilibrio ambiental; y no hay sistemas sin
inteligencia, pues todo sistema implica una estructura, organización y
funcionamiento que perdura en el tiempo, aunque pueda ser destruido por acción
de otros sistemas.
Fuente:
después de la tormenta