Vivimos tiempos oscuros, amigos. Un torbellino
de caos y desesperanza que nos arrastra sin piedad. La realidad, esa que antes
creíamos conocer, se ha transformado en un espejo deformante, reflejando una
imagen grotesca de lo que fuimos y de lo que, lamentablemente, nos estamos
convirtiendo.
Todo es amargo y siniestro debajo de esta
cúpula prisión y la humanidad sigue sin salir de las lúgubres cavernas. La vida
del semejante no vale nada. Los criminales tienen más derechos que las personas
que trabajan. Nos gobiernan seres incultos, marionetas sin cabezas.
Benjamín Netanyahu, con su sed de sangre
insaciable, se erige como un verdugo implacable. Sus manos, manchadas de sangre
inocente, perpetúan un conflicto que parece no tener fin. La paz, esa quimera
que anhelamos, se desvanece ante la brutalidad de sus acciones. La muerte, el
sufrimiento, el dolor, son el pan de cada día en un territorio asolado por la
guerra.
Netanyahu es el símbolo del sionismo más
oscuro, febril y brutal, un títere que regala muerte a manos llenas, llenando ataúdes
con inocencia y al mismo tiempo está creando generaciones termocéfalas llenas
de resentimiento que seguirán perpetuando el odio y la beligerancia.
Y qué decir de aquellos que, en nombre de una
fe retorcida, asesinan a todo aquel que no comulga con sus creencias.
Musulmanes fanáticos, cegados por un dios nefasto, siembran el terror y la
muerte a su paso. La intolerancia, el odio, la violencia, son las armas que
utilizan para imponer su visión del mundo. Un mundo donde la razón y la
compasión no tienen cabida. Son bestias desalmadas que escupen blasfemias y
vomitan sangre, todo para imponer una tiranía digna de monstruos infernales que
comulgan con la pederastia y las mentiras.
Donald Trump, con su ego desmedido y su mente
perturbada, despliega su locura ante nuestros ojos atónitos. Se cree un
salvador, un mesías, cuando en realidad es un peligro para la humanidad. Sus
delirios de grandeza, sus mentiras descaradas, sus políticas destructivas, nos
acercan peligrosamente al abismo. Un abismo donde la cordura y la sensatez han
sido desterradas. Impone a la fuerza un Nuevo Orden, mientras desmiembra la
libertad. El policía del mundo llenando su retrete con las leyes del mundo.
Los izquierdistas, otrora defensores de la
justicia social, se han transformado en los nuevos terroristas. Sus ideas
radicales, sus métodos violentos, su afán de destruir todo lo que consideran
«burgués", nos recuerdan a los regímenes totalitarios del pasado. La
libertad, la democracia, el respeto a la individualidad, son valores que
pisotean sin el menor remordimiento. Esclavos de la inoperancia, fieles
serviles a ideas obsoletas, ciegos que rebuznan por todo para mostrarse como
idealistas soberbios que aman el caos y el desorden. Entes rojos que propugnan
el odio y que sirven a ideologías oscuras dignas del infierno.
Y en este circo macabro, los transgéneros, en
su afán de reivindicar sus derechos, buscan asesinar niños y destruir familias.
Una causa grave, mentirosos infames, monstruos ‘bafométicos’, que buscan
sembrar el odio y la división. La manipulación, la desinformación, la
propaganda, son las herramientas que utilizan para socavar la confianza en las
instituciones y en la sociedad, todo bajo el alero de la iglesia LGBTQ,
institución infame de los pervertidos.
Vladimir Putin, con su torpeza y su ambición
desmedida, desata conflictos gratuitamente. Sus acciones, guiadas por la
paranoia y el afán de poder, han sumido al mundo en una nueva Guerra Fría. La
diplomacia, el diálogo, la negociación, son palabras que no existen en su
vocabulario. La guerra, la destrucción, la muerte, son sus únicas opciones. Un
ególatra mediocre y enfermo que solo busca su perpetuidad en el poder, algo
institucionalizado por el comunismo de todos los sabores.
Y Volodímir Zelenski, mientras el pueblo
ucraniano sufre y muere, engorda su billetera personal. Un oportunista que se
aprovecha de la tragedia para enriquecerse. La corrupción, la avaricia, la
falta de escrúpulos, son sus señas de identidad. La muerte, el sufrimiento, la
destrucción, son el precio que paga su pueblo por su ambición desmedida.
Limosnero desvergonzado que se nutre de la esclavizada Europa.
¿Y qué nos queda? ¿Qué futuro nos espera? Un
futuro sombrío, sin duda. Un futuro donde la esperanza se ha desvanecido y la
desesperanza reina. Un futuro donde la guerra, la violencia, el odio, la
intolerancia, son la norma. Un futuro donde la humanidad se autodestruye. Donde
se pisotean los viejos valores.
La tecnología, en lugar de ser una herramienta
para el progreso, se ha convertido en un arma de control y manipulación.
Las redes sociales, en lugar de conectar a las
personas, las han dividido y polarizado.
La información, en lugar de ser un instrumento
para la verdad, se ha transformado en un arma de desinformación y propaganda
gracias a los medios de manipulación masiva y a grupos de poder que se
infiltran y se disfrazan de libertarios para colocar mentiras y acabar con
quienes buscan informar lo que se oculta.
La educación, en lugar de formar ciudadanos
críticos y reflexivos, se ha convertido en un adoctrinamiento ideológico, y
aquí priman los profesores que manipulan las mentes en formación para enseñar
su agenda izquierdista, progresista y homosexual.
Los medios de comunicación, en lugar de
informar con objetividad, manipulan la información para servir a sus propios
intereses y seguir los mandatos de quienes les pagan para mentir.
La política, en lugar de ser un servicio
público, se ha convertido en un negocio corrupto donde el ciudadano no importa,
solo es un instrumento para sus ambiciones desmedidas.
La sociedad, en lugar de ser un espacio de
convivencia y respeto, se ha transformado en un campo de batalla, en un terreno
de caza.
La individualidad, en lugar de ser valorada, es
reprimida.
La libertad, en lugar de ser protegida, es
amenazada.
La igualdad, en lugar de ser una realidad, es
una utopía.
El planeta, en lugar de ser cuidado y
protegido, es destruido, monetizado.
El cambio climático es la falacia del momento
para dar paso a tecnologías «descontaminantes» que son más peligrosas. La
contaminación es un cáncer que nos entregan los países más grandes.
La deforestación es para que grandes empresas
se llenen los bolsillos de dinero.
El futuro, en lugar de ser prometedor, es
incierto.
¿Qué podemos hacer?
¿Cómo podemos cambiar el rumbo de la historia?
La respuesta es simple: no podemos. Estamos condenados. La humanidad, en su
afán de autodestrucción, ha llegado demasiado lejos. No hay vuelta atrás. El
final está cerca.
La distopía es inevitable.
El mundo que conocíamos ha muerto. Y con él,
también la esperanza.
Fuentes:
Imagen de la portada: computerhoy.20minutos.es
Artículo escrito por: IAn «Ülveer» Moone
Agregados: Jarl Asathørn.
Edición final: Jarl Asathørn.