martes, 5 de marzo de 2024

Rezyklon en un día lluvioso en la Patagonia.



Esta vez rezyklo 3 historias; que, aunque parezcan infantiles; son de una reflexión importante.

Sin más preámbulos, comencemos:

 

LA SOPA DE PIEDRA



Había una vez un viajero errante que, tras días de caminar sin descanso, llegó a un pequeño pueblo perdido entre colinas. Exhausto y hambriento, golpeó puertas buscando algo para comer, pero la gente del lugar era reacia a compartir con un extraño.

Ante la negativa, el viajero sonrió con calidez y dijo que podía hacer una sopa deliciosa con una piedra mágica que llevaba consigo. Intrigados por la extraña propuesta, los aldeanos permitieron al viajero preparar su sopa de piedra. Llenó una olla con agua y la colocó sobre el fuego, mientras la comunidad observaba con escepticismo.

Con gran teatralidad, sacó una piedra lisa y la sumergió en el agua hirviendo. Mientras esperaba, comentaba sobre la deliciosa sopa que estaba a punto de cocinar. Los aldeanos, curiosos, empezaron a aportar ingredientes: zanahorias frescas, papas tiernas, cebollas aromáticas.

 

El aroma tentador se apoderó del aire, y la comunidad, olvidando sus reticencias iniciales, comenzó a colaborar con entusiasmo, añadiendo más y más ingredientes a la olla burbujeante. El viajero probó la sopa y exclamó que estaba casi perfecta, pero le faltaba un toque especial. Uno a uno, los aldeanos ofrecieron especias y hierbas de sus propios hogares, contribuyendo con generosidad.

 

La sopa, gracias a la colaboración de todos, se volvió exquisita, y el viajero retiró la piedra con una sonrisa agradecida. Con una expresión de asombro y gratitud, los aldeanos compartieron la sopa entre sí, saboreando el fruto de su trabajo conjunto. La lección quedó grabada en sus corazones: la verdadera magia estaba en la colaboración y la generosidad.

 

El viajero se despidió agradecido, dejando tras de sí un pueblo más unido y comprensivo. La lección de la sopa de piedra se extendió por generaciones, recordando a todos que cuando se comparte y colabora, incluso una simple piedra puede convertirse en algo maravilloso. Y así, el pequeño pueblo aprendió que la verdadera riqueza no se encuentra en lo que se posee, sino en la capacidad de compartir y contribuir juntos.

 

EL MONJE Y LA TENTACIÓN DEL HELADO DE CHOCOLATE



El joven Li Mu Bai había llegado hacía ya varios años a una de las más famosas comunidades budistas en la región norte del Tibet. Desde pequeño, soñaba con convertirse en un respetado maestro del budismo. En aquella pequeña comunidad, ansiaba convertirse en un monje ejemplar, el mejor... Sin embargo, lo que no sabía el aspirante a monje es que se encontraría un desafío inesperado en su camino.

 

Cada día, a la hora de comer, le preguntaba a su maestro cuánto le faltaba para convertirse en un verdadero monje budista.

 

«Todavía no estás preparado, Li Mu Bai. Primero debes trabajar en la humildad. Para ser un monje budista, debes dominar tu ego», le respondía su maestro.

 

¿Humildad y ego? El joven no entendía por qué el maestro hacía referencia a la humildad como una carencia. Siempre se humillaba ante su maestro y asentía diligentemente a las enseñanzas de los monjes. Él creía que merecía ascender en su camino espiritual. Meditaba sin descanso y leía a diario las enseñanzas del Buda más que cualquiera de sus compañeros.

 

Pocos días después, el maestro les propuso a los discípulos un ejercicio para darles la oportunidad de mostrar sus avances. Antes de comenzar la meditación, el monje les dijo: «Quien medite mejor tendrá como premio un helado de chocolate».

 

Tras unos minutos de revuelo, los jóvenes comenzaron a meditar. Li Mu Bai estaba seguro de que lo lograría; se propuso ser el mejor de todos sus compañeros.

 

«Le demostraré al maestro que estoy preparado para la ordenación como monje, y, además, me comeré el helado de chocolate».

 

Li Mu Bai cerró los ojos y se centró en su respiración. Sin embargo, cada vez que comenzaba, visualizaba un gran helado de chocolate que subía y bajaba, se acercaba y alejaba, tentándole.

 

«Tengo que dejar de pensar en el helado, o alguien más lo ganará», pensaba ansioso.

 

Con gran esfuerzo, Li Mu Bai meditaba durante varios minutos, concentrándose en su respiración. Pero, sin aviso, le llegaba la imagen de un monje saboreando el helado de chocolate. «¡No! ¡Debo ser yo quien lo consiga!», se angustió el discípulo.

 

La sesión finalizó y el maestro dijo: «Todos lo hicieron muy bien, salvo un monje que pensó demasiado en el helado de chocolate, es decir, en el futuro».

 

Li Mu Bai, acongojado, dijo:

 

«Maestro, estuve pensando en el helado y no pude concentrarme. Lo admito. ¿Pero cómo puede saber que fui yo quien pensó demasiado?»

 

«No lo sabía... Pero sí puedo ver que te has sentido tan aludido como para levantarte e intentar situarte por encima de tus compañeros. Así es como actúa el ego: se siente atacado, cuestionado, ofendido... y pretende tener razón en el juego de ser superior a los demás».

 

Li Mu Bai entendió que todavía le quedaba mucho por aprender... y que la verdadera maestría budista residía no sólo en la meditación, sino también en el control del ego y la búsqueda constante de la humildad.

 

¿QUIÉN ES EL SER MÁS PODEROSO DEL MUNDO?



Mientras paseaba un mago indio por el bosque al caer la noche, una lechuza se acercó con un pequeño ratón en su pico. Sin embargo, al llegar cerca del mago, la lechuza se asustó y dejó caer a su presa.

Movido por su compasión innata, el mago se apresuró a socorrer al roedor, sólo para descubrir que se trataba de una ratoncita. Después de sanarla con su magia, decidió otorgarle un regalo adicional: la transformó en una deslumbrante joven. Admirado por su obra, el mago le ofreció buscarle esposo.

 

La joven, con astucia, pidió casarse con «el ser más poderoso del mundo».

 

«¿El ser más poderoso, dices? Entonces tendría que ser el sol. No creo que haya nadie más poderoso que él», sugirió el mago.

 

Sin embargo, al solicitarle al sol que se casara con la joven, el astro rey respondió:

 

«No soy el más poderoso. De hecho, una simple nube puede cubrirme por completo», confesó humildemente.

 

«¡La nube! De acuerdo, se lo pediré a ella», decidió el mago.

 

Pero la nube, sorprendida, replicó:

 

«Estás equivocado, mago. Yo no soy el ser más poderoso. El viento es capaz de arrastrarme donde quiera», reveló con modestia.

 

Determinado, el mago buscó al viento, ansioso por encontrar un esposo adecuado para su protegida. Sin embargo, el viento también se negó:

 

«No es que no desee casarme con la joven, pero yo no soy el más poderoso. La montaña es capaz de detenerme», expresó con sinceridad.

 

Finalmente, el mago se acercó a la montaña, esperanzado en encontrar al ser supremo que aceptaría la mano de la joven. Pero la montaña lo sorprendió con una verdad inesperada:

 

«No creas que yo soy el más poderoso, amigo. ¿Ves ese pequeño ratón que ha cavado una madriguera en mi roca? Él es más poderoso que yo, pues sin pedirme permiso, creó en mí su hogar», admitió con cierto recato.

 

Con esta revelación, el mago regresó a la joven y compartió la sabiduría de la montaña. Con humildad, la joven aceptó volver a su forma de ratona y se casó con el ratón de la montaña, encontrando la felicidad en la sencillez y la sinceridad de su nuevo hogar y recordando que, sin importar cuánto intentemos cambiar, nuestra esencia siempre nos define.

 

Moraleja: «En la búsqueda del poder, descubrimos que la verdadera fuerza reside en nuestra esencia más profunda».

 

 






 

Fuentes:

psicologia.com

shutterstock

Edición final: V.D.M.