Esta vez
rezyklo 3 historias; que, aunque parezcan infantiles; son de una reflexión
importante.
Sin más
preámbulos, comencemos:
LA SOPA DE PIEDRA
Había una
vez un viajero errante que, tras días de caminar sin descanso, llegó a un
pequeño pueblo perdido entre colinas. Exhausto y hambriento, golpeó puertas
buscando algo para comer, pero la gente del lugar era reacia a compartir con un
extraño.
Ante la
negativa, el viajero sonrió con calidez y dijo que podía hacer una sopa
deliciosa con una piedra mágica que llevaba consigo. Intrigados por la extraña
propuesta, los aldeanos permitieron al viajero preparar su sopa de piedra.
Llenó una olla con agua y la colocó sobre el fuego, mientras la comunidad observaba
con escepticismo.
Con gran
teatralidad, sacó una piedra lisa y la sumergió en el agua hirviendo. Mientras
esperaba, comentaba sobre la deliciosa sopa que estaba a punto de cocinar. Los
aldeanos, curiosos, empezaron a aportar ingredientes: zanahorias frescas, papas
tiernas, cebollas aromáticas.
El aroma tentador
se apoderó del aire, y la comunidad, olvidando sus reticencias iniciales,
comenzó a colaborar con entusiasmo, añadiendo más y más ingredientes a la olla
burbujeante. El viajero probó la sopa y exclamó que estaba casi perfecta, pero
le faltaba un toque especial. Uno a uno, los aldeanos ofrecieron especias y
hierbas de sus propios hogares, contribuyendo con generosidad.
La sopa,
gracias a la colaboración de todos, se volvió exquisita, y el viajero retiró la
piedra con una sonrisa agradecida. Con una expresión de asombro y gratitud, los
aldeanos compartieron la sopa entre sí, saboreando el fruto de su trabajo
conjunto. La lección quedó grabada en sus corazones: la verdadera magia estaba
en la colaboración y la generosidad.
El viajero
se despidió agradecido, dejando tras de sí un pueblo más unido y comprensivo.
La lección de la sopa de piedra se extendió por generaciones, recordando a
todos que cuando se comparte y colabora, incluso una simple piedra puede
convertirse en algo maravilloso. Y así, el pequeño pueblo aprendió que la
verdadera riqueza no se encuentra en lo que se posee, sino en la capacidad de compartir
y contribuir juntos.
EL MONJE Y LA TENTACIÓN
DEL HELADO DE CHOCOLATE
El joven Li
Mu Bai había llegado hacía ya varios años a una de las más famosas comunidades
budistas en la región norte del Tibet. Desde pequeño, soñaba con convertirse en
un respetado maestro del budismo. En aquella pequeña comunidad, ansiaba
convertirse en un monje ejemplar, el mejor... Sin embargo, lo que no sabía el
aspirante a monje es que se encontraría un desafío inesperado en su camino.
Cada día, a
la hora de comer, le preguntaba a su maestro cuánto le faltaba para convertirse
en un verdadero monje budista.
«Todavía no
estás preparado, Li Mu Bai. Primero debes trabajar en la humildad. Para ser un
monje budista, debes dominar tu ego», le respondía su maestro.
¿Humildad y
ego? El joven no entendía por qué el maestro hacía referencia a la humildad
como una carencia. Siempre se humillaba ante su maestro y asentía diligentemente
a las enseñanzas de los monjes. Él creía que merecía ascender en su camino
espiritual. Meditaba sin descanso y leía a diario las enseñanzas del Buda más
que cualquiera de sus compañeros.
Pocos días
después, el maestro les propuso a los discípulos un ejercicio para darles la
oportunidad de mostrar sus avances. Antes de comenzar la meditación, el monje
les dijo: «Quien medite mejor tendrá como premio un helado de chocolate».
Tras unos
minutos de revuelo, los jóvenes comenzaron a meditar. Li Mu Bai estaba seguro
de que lo lograría; se propuso ser el mejor de todos sus compañeros.
«Le
demostraré al maestro que estoy preparado para la ordenación como monje, y, además, me comeré el helado de chocolate».
Li Mu Bai
cerró los ojos y se centró en su respiración. Sin embargo, cada vez que
comenzaba, visualizaba un gran helado de chocolate que subía y bajaba, se
acercaba y alejaba, tentándole.
«Tengo que
dejar de pensar en el helado, o alguien más lo ganará», pensaba ansioso.
Con gran
esfuerzo, Li Mu Bai meditaba durante varios minutos, concentrándose en su
respiración. Pero, sin aviso, le llegaba la imagen de un monje saboreando el
helado de chocolate. «¡No! ¡Debo ser yo quien lo consiga!», se angustió el
discípulo.
La sesión
finalizó y el maestro dijo: «Todos lo hicieron muy bien, salvo un monje que
pensó demasiado en el helado de chocolate, es decir, en el futuro».
Li Mu Bai,
acongojado, dijo:
«Maestro,
estuve pensando en el helado y no pude concentrarme. Lo admito. ¿Pero cómo
puede saber que fui yo quien pensó demasiado?»
«No lo
sabía... Pero sí puedo ver que te has sentido tan aludido como para levantarte
e intentar situarte por encima de tus compañeros. Así es como actúa el ego: se
siente atacado, cuestionado, ofendido... y pretende tener razón en el juego de
ser superior a los demás».
Li Mu Bai
entendió que todavía le quedaba mucho por aprender... y que la verdadera
maestría budista residía no sólo en la meditación, sino también en el control
del ego y la búsqueda constante de la humildad.
¿QUIÉN ES EL SER MÁS
PODEROSO DEL MUNDO?
Mientras
paseaba un mago indio por el bosque al caer la noche, una lechuza se acercó con
un pequeño ratón en su pico. Sin embargo, al llegar cerca del mago, la lechuza
se asustó y dejó caer a su presa.
Movido por
su compasión innata, el mago se apresuró a socorrer al roedor, sólo para
descubrir que se trataba de una ratoncita. Después de sanarla con su magia,
decidió otorgarle un regalo adicional: la transformó en una deslumbrante joven.
Admirado por su obra, el mago le ofreció buscarle esposo.
La joven,
con astucia, pidió casarse con «el ser más poderoso del mundo».
«¿El ser más
poderoso, dices? Entonces tendría que ser el sol. No creo que haya nadie más
poderoso que él», sugirió el mago.
Sin embargo,
al solicitarle al sol que se casara con la joven, el astro rey respondió:
«No soy el
más poderoso. De hecho, una simple nube puede cubrirme por completo», confesó
humildemente.
«¡La nube!
De acuerdo, se lo pediré a ella», decidió el mago.
Pero la
nube, sorprendida, replicó:
«Estás
equivocado, mago. Yo no soy el ser más poderoso. El viento es capaz de
arrastrarme donde quiera», reveló con modestia.
Determinado,
el mago buscó al viento, ansioso por encontrar un esposo adecuado para su
protegida. Sin embargo, el viento también se negó:
«No es que
no desee casarme con la joven, pero yo no soy el más poderoso. La montaña es
capaz de detenerme», expresó con sinceridad.
Finalmente,
el mago se acercó a la montaña, esperanzado en encontrar al ser supremo que
aceptaría la mano de la joven. Pero la montaña lo sorprendió con una verdad
inesperada:
«No creas
que yo soy el más poderoso, amigo. ¿Ves ese pequeño ratón que ha cavado una
madriguera en mi roca? Él es más poderoso que yo, pues sin pedirme permiso,
creó en mí su hogar», admitió con cierto recato.
Con esta
revelación, el mago regresó a la joven y compartió la sabiduría de la montaña.
Con humildad, la joven aceptó volver a su forma de ratona y se casó con el
ratón de la montaña, encontrando la felicidad en la sencillez y la sinceridad
de su nuevo hogar y recordando que, sin importar cuánto intentemos cambiar,
nuestra esencia siempre nos define.
Moraleja:
«En la búsqueda del poder, descubrimos que la verdadera fuerza reside en
nuestra esencia más profunda».
Fuentes:
psicologia.com
shutterstock
Edición final: V.D.M.