Terror
en el desierto
Su unidad sobrevolaba en helicóptero el desierto de
Afganistán, cuando la cola de la máquina fue alcanzada por un misil. El
helicóptero comenzó a girar vertiginosamente mientras se precipitaba.
En uno de los giros Eliot fue despedido, amortiguo su caída
una duna de arena, más enseguida empezó a rodar colina abajo. Rodó envuelto en
arena largo trecho. Cuando se detuvo estaba inconsciente, y así estuvo hasta el
atardecer.
Al recuperar la conciencia se levantó, aunque algo mareado
aún, y giró en todas direcciones, no encontrando ni rastro de su unidad ni del
helicóptero; estaba solo y perdido en el desierto.
Ahora el enemigo era el menor de sus problemas. Cargaba en el
uniforme algo de agua y alimentos, pero sabía que en el desierto le iban a
durar poco, sobre todo el agua.
Subió a lo alto de una duna. El sol se iba poniendo tras unas
montañas escarpadas, y cerca de ese horizonte de picos elevados el cielo estaba
rojizo debido al polvo que el desierto desparrama. En el otro extremo iba
ascendiendo la luna llena, y las dunas también se habían vuelto rojas.
Eliot consultó su brújula y partió rumbo a la dirección
elegida.
Las dunas eran como olas gigantescas de un mar lento y denso,
subordinado a la voluntad del viento, que con el paso de los siglos tallaba las
rocas y extendía el desierto. Ese viento, dueño de aquel lugar, comenzó a
soplar con fuerza de huracán, y densas nubes de polvo eclipsaron la luna,
oscureciendo el paisaje. Eliot se acurrucó tras una colina, y con la cabeza cubierta
por un pañuelo esperó a que pasara la tormenta de arena, la cual aullaba
furiosa, cambiando el paisaje a su paso.
Cuando volvió la calma Eliot siguió avanzando. La luna estaba
ahora muy alta en el cielo.
De repente divisó un pequeño valle, y en él las formas de unas
construcciones humanas; casas de piedra.
Si un arma, sintió un hondo terror a ser capturado, bien sabía
lo que le esperaba si le sucedía eso.
Se echó a tierra, y como estaba en una zona elevada, observó
lo que parecía ser un pequeño pueblo.
No vio movimiento alguno, ni escuchó más sonido que el silbido
distante del viento. Concluyó al fin que se trataba de ruinas y no de un pueblo
habitado. Igual se acercó con precaución. Aquel lugar podía servirle como
refugio en el cual descansar durante el día; caminar bajo el sol lo mataría
rápido.
Ya en el lugar empezó a explorar. Aquellas ruinas eran
sumamente antiguas, en gran parte estaban derrumbadas y no eran más que un
montón de rocas. Otras viviendas en cambio conservaban sus paredes, y sus
puertas en arco daban hacia la oscuridad del interior.
Todo estaba semienterrado, y Eliot creyó muy probable que la
tormenta hubiera desenterrado las ruinas esa misma noche, y que tal vez
recorría un pueblo olvidado por los siglos, un pueblo que sucumbió bajo el
desierto, y del cual ya nadie se acordaba.
Pensaba en quiénes pudieron habitar aquel lugar, cuando vio
que algo se levantó de la arena; con terror reconoció en aquel bulto a un
cuerpo humano, casi un esqueleto. Pronto se levantaron otros, irguiéndose hasta
quedar sentados, girando la cabeza luego como buscando algo.
Eliot intentó escapar, pero hacia donde volteara había momias
levantándose, surgiendo de la arena, arrastrándose para librarse de ésta, y con
movimientos tambaleantes se iban poniendo de pie con dificultad.
Estaba rodeado y pronto comenzaron a avanzar hacia él
extendiendo los brazos en su dirección.
Nada pudo hacer contra aquella multitud de muertos vivientes,
y tras unos alaridos de terror, Eliot fue Devorado por la horda creciente.
Antes del amanecer volvió a soplar el viento con furiosa
intensidad, sepultando nuevamente a la ciudad de los muertos andantes.
Los
muertos
En una sala pequeña, el viejo Gómez dormitaba sentado en una
silla, con la cabeza recostada a la pared y la boca abierta.
La noche estaba más movida de lo normal: había escuchado
algunos griteríos, y el ruido del tráfico, un tráfico desordenado, era más
fuerte que el normal.
Los ruidos terminaron despertándolo. Gómez bostezó y se pasó
las manos la cara, miró hacia la ventana y escuchó; el alboroto iba en aumento.
- ¿Qué le pasa a esta ciudad de mierda? -refunfuñó Gómez al
servirse café.
Con la taza en la mano se acercó a la ventana, abrió la
persiana para ver.
Un grupo de personas corría por la calle, y tras ellos iba
otro grupo. Cuando el segundo grupo pasó frente a la ventana, Gómez notó que
todos estaban terriblemente heridos; fatalmente heridos, demasiado como para
aún correr. algunos autos intentaban abrirse paso entre la multitud de
perseguidos y perseguidores, dando bocinazos y frenadas.
- ¿¡Pero qué mierda…!? - el viejo se asombró. Aquella gente
tenía que estar muerta, con aquellas heridas... Y lo estaban: eran zombies.
Alguien que corría por la calle gritaba como un loco:
- ¡Los muertos han revivido! ¡Los muertos…!
Aquellas palabras y lo que vio, llenaron de terror al viejo
Gómez, pues era el vigilante de la morgue. Detrás de una puerta ya se
escuchaban ruidos.
El
comienzo de los zombies
Alfredo y sus compañeros seguían a un doctor por un pasillo de
hospital. El doctor se detuvo frente a una puerta y giró hacia ellos. Mirando
sobre sus lentes, el hombre observó la cara de todos, después les dijo:
- Jóvenes, esta va a ser la primera vez que presencian una
autopsia, ¿alguien ha visto alguna? ¿No? Bien. Por ser la primera vez sí se
sienten mal pueden salir.
Ya se acostumbrarán con la práctica, o cambiarán de profesión
¡Jajaja! - A nadie le hizo gracia la broma, todos soñaban con ser doctores.
Entraron a una habitación amplia y fría, con dos hileras de
mesas en los costados y una en el medio, más todas ellas estaban vacías.
El doctor exclamó enseguida:
- ¿¡Qué sucedió aquí!? ¿Y los cuerpos?
Los alumnos se miraban entre sí, Alfredo notó que el doctor se
puso nervioso, se llevó la mano al mentón y recorrió el lugar con la mirada, como
calculando algo o luchando contra alguna idea.
Unos gritos de terror llegaron desde otra sección del
hospital, y todos voltearon hacia la puerta, alarmados. El médico abrió los
ojos muy grandes, bajó la mirada y volvió a su actitud reflexiva y preocupada.
- ¿Qué está pasando? ¿Qué son esos gritos? - comenzaron a
preguntar los estudiantes.
El doctor respiró hondo, y les dijo como si se confesara:
- Toda mi vida trabajé por la medicina, y todo lo que hice fue
para ayudar a la humanidad,
Dios es mi testigo. Ahora no tengo tiempo para explicarles,
pero creo, estoy seguro, que estamos en un gran peligro; los cuerpos que
estaban aquí han cobrado vida, se han reanimado.
Los estudiantes no entendían nada ¿Qué era aquello, una broma
pesada? Alfredo comprendió que el asunto era serio, entonces preguntó:
- ¡Doctor! ¿Qué hacemos? - El rostro del doctor ya tenía una
expresión de terror.
- Tomen algo afilado de ahí - les dijo -. Algo que les sirva
como arma. Traten de salir del hospital. Los cuerpos reanimados intentarán
atacarlos, defiéndanse, su punto vulnerable es el cerebro. Yo me voy a quedar
en el hospital, tratando de resolver lo que hice.
Alfredo fue hasta una mesa metálica en donde estaban los
instrumentos para las autopsias, y eligió un par de bisturís grandes como un
cuchillo. Algunos se arrimaron a la mesa y tomaron algo, otros se quedaron en
su lugar, tratando de entender qué pasaba.
El grupo se dividió, algunos quedaron en la sala de autopsia,
Alfredo y otros tomaron el corredor. El griterío era cada vez mayor, algunas
personas corrían presas del terror.
Al llegar a una sala de espera vieron lo grave que era el
asunto. Algunos reanimados atacaban a la gente a mordiscos. Era un caos:
algunos se defendían, otros sólo gritaban, y un gran número de gente se amontonaba
en la puerta, empujándose unos a otros, tratando de salir.
El grupo de estudiantes se disolvió en el caos. Un reanimado
intentó atacar a Alfredo, pero diez años en boxeo hicieron que lo evadiera con
facilidad; dio un paso al costado y giró, tenía un bisturí en cada mano, y uno
de ellos se hundió en la cabeza del reanimado.
Dominado por el instinto de sobrevivir, se abrió paso entre
aquel infierno, y pudo salir del hospital.
De eso ya hace un año, y ahora el mundo está lleno de zombies.
Se extendieron desde el hospital y no pudieron contenerlos.
Alfredo recordó ese día, cuando al observar por la mira de su
rifle, vio al doctor convertido en un zombie. «Yo también hago esto por el bien
de la humanidad» pensó Alfredo, y le disparó en la cabeza.
Fuente:
miedo666.es.tl