domingo, 24 de octubre de 2021

Rezyklon - Historias de Zombies: «Efectos secundarios» y «Después de la batalla»

 




Efectos secundarios

Marisol caminaba hacia la residencia de ancianos donde trabajaba de enfermera. El viento que soplaba esa noche jugaba con su cabellera larga y negra, más Marisol no le prestaba atención, pues iba sumida en sus pensamientos. Le preocupaba el efecto negativo que pudiera tener el medicamento experimental que estaban suministrando a los residentes.

Llegó al lugar. Mientras cerraba con llave prestó atención a un sonido; era la televisión del salón, aún estaba encendida.

Al llegar al salón no había nadie, y vio que había mucho desorden. Apagó la televisión, y en ese momento escuchó el zumbido de un motor eléctrico: era la silla de ruedas de la señora Fernández. La anciana parecía dormida, tenía la cabeza hacia un lado. La silla de ruedas avanzó hasta chocar contra un sofá, rebotó hacia atrás y volvió a pecharlo.

- ¡Señora Fernández! -exclamó Marisol, y corrió hacia la anciana.

Al apagar la silla notó que la mano de la anciana estaba muy fría, y el brazo estaba algo rígido.

Extrañada, le tomó el pulso, no tenía, estaba muerta. Aún sostenía la mano de la anciana cuando ésta abrió los ojos súbitamente, enderezó la cabeza con un movimiento rápido y abrió la boca al tiempo que emitió un grito espantoso. Seguidamente la anciana muerta intentó agarrarla lanzando manotazos y se estiró con la intención de morderla, y sus dientes postizos castañearon en el aire.

Tenía los ojos rojos, inyectados de sangre, y abría la boca desmesuradamente al gritar.

Marisol, horrorizada, se apartó bruscamente. Entonces la muerta se levantó de la silla y avanzó temblorosamente hacia ella, sin dejar de dar manotazos al aire tratando de agarrarla.

«¡¿Qué es esto, Dios mío?!», pensó Marisol al ir retrocediendo. Al girar rumbo a la puerta casi choca con un anciano que se había acercado por detrás sin que ella lo notara. Éste también tenía los ojos rojos, y había otros. Todos los residentes del lugar, convertidos en zombies, avanzaban ahora hacia el salón, hacia Marisol, que al verlos dejó escapar un grito de terror.

Todos estaban manchados de sangre: algunos iban masticando, otros sostenían partes humanas y succionaban la carne e intentaban sacar trozos sacudiendo la cabeza. Unos jirones de tela que todavía tenían partes blancas, indicaban que aquellos restos eran del doctor del lugar y de la otra enfermera.

Marisol, completamente aterrada, retrocedió ante aquel grupo de zombies; mas entre tanto terror pudo razonar igual: se acordó de la otra salida y corrió hacia ella. Los zombies empezaron a seguirla, avanzando entre gritos y gemidos.

Ya frente a la puerta buscó las llaves dentro del bolso. En su apuro se le cayeron al suelo. Los zombies ya estaban cerca. El terror le entorpecía las manos, no podía meter la llave. Cuando finalmente la abrió, uno de los zombies ya estaba a su lado, y con un movimiento rápido le mordió el brazo.

Marisol se deshizo del zombie de un empujón y consiguió salir, aunque en su apuro dejó la puerta abierta.

Ya completamente dominada por el terror, lo único que atinó a hacer fue correr hacia su casa, que estaba a unas cuadras de allí.

En su hogar estaban sus tres hijos y su esposo; estaban mirando la televisión. Al escuchar que golpearon el esposo de Marisol se levantó y fue a espiar por la mirilla de la puerta; ella miraba hacia abajo y su cabellera negra cubría gran parte de su cara.

- ¡Marisol! ¿Qué te pasó? ¿Tuviste un accidente? -le preguntó el esposo al abrir y ver el brazo ensangrentado.

Ella levantó la cabeza rápidamente; su piel morena ahora estaba pálida, tenía los ojos rojos, y al abrir la boca lanzó un grito espantoso y se abalanzó hacia su familia…

 

Después de la batalla

Un humo tenue como niebla cubría el campo de batalla. Sobre lo que hasta la mañana fuera una simple pradera, se desparramaban cuerpos de soldados y caballos. A la distancia sonaban disparos de mosquetes; un bando huía y el otro le daba caza.

Tendido sobre el pasto, boca arriba, estaba Oliver, herido en una pierna, pero aún vivo.

Tras recibir un balazo cayó del caballo, quedando inconsciente por el golpe recibido. Después de una hora de inconciencia las sensaciones fueron volviendo a él lentamente. El olor a pólvora que inundaba el aire le recordó dónde estaba. También escuchó pasos, y desde arriba llegaba el graznido de los cuervos.

Abrió los ojos y ladeó la cabeza. Soldados de ambos bandos se arrastraban por los pastos o caminaban lentamente, con los brazos colgando y la boca medio abierta.

Oliver observó a uno de los soldados y se estremeció súbitamente. Un sable lo atravesaba de lado a lado, y la punta salía a la altura del corazón. Enseguida observó a los otros: Uno tenía un gran hueco en el abdomen, otro un tajo que le abría el uniforme y la carne desde el hombro hasta la cintura, mientras uno que no tenía piernas ni abdomen caminaba apoyado sobre las manos.

Aquellos hombres no podían estar vivos, estaban muertos, aun así, andaban: eran zombies.

Uno de los zombies lo miró, y abriendo más la boca lanzó un largo gemido. Los que le daban la espalda voltearon y comenzaron a buscar con la mirada. En un instante varios zombies iban hacia Oliver, abriendo más la boca y extendiendo sus brazos o muñones como señalándolo.

Intentó levantarse, pero no pudo. Ya estaba rodeado completamente y algunos ya se inclinaban sobre él, cuando de repente volvieron a tronar los cañones, y enormes bolas de hierro silbaron por el aire, y los zombies volaron hecho pedazos.

Oliver no salió ileso, pero no le importó; aquella muerte era mejor que ser devorado por zombies.

Cerca de allí, un hombre observaba la devastación con un pequeño telescopio; a su lado otro esperaba sus órdenes:

- Parece que eliminamos a la mayoría de los zombies -dijo el que sostenía el telescopio-. Hay que ir y asegurarse. Recuerde: hay que destruir el cerebro.

- Sí señor -dijo el que esperaba sus órdenes, haciendo una seña después para que los demás hombres avanzaran.

Aquel grupo trabajaba en secreto. Lo habían formado luego de que un puñado de soldados, muertos en un cementerio prohibido, se reanimaran como zombies por causa de una maldición que protegía dicho cementerio.

Hasta ahora cumplían con su trabajo sin mayores inconvenientes, pero pronto iban a enfrentar a su mayor desafío, pues todo un ejército de zombies se había levantado en otro campo de batalla.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:

miedo666.es.tl