¡Zombies!
De pronto Guillermo estaba acostado en una cama, en una
habitación desconocida, y al mirar hacia un lado vio que no estaba solo, había
más gente acostada allí. Estaban tendidos en camas o en colchones sobre el
suelo, y también había mujeres. “¿Qué hago en esta habitación? ¿Quiénes son
esos, por qué están todos amontonados?”, se preguntó Guillermo, totalmente
confundido.
Su desconcierto aumentó cuando vio que todos estaban armados.
Algunos dormían, otros ya estaban despiertos y se habían enderezado a medias o
estaban de lado sobre uno de los codos.
El aire era pesado al haber tanta gente amontonada allí.
Guillermo pensó que aquello no era un sueño, pero tampoco parecía ser su vida.
Y se escuchaba un ruido de fondo fuera de la habitación…
«¿Son gemidos lo que oigo? …».
De repente se abrió una puerta, apareció un tipo que llevaba
una metralleta colgada en el hombro, y este les gritó:
- ¡Muy bien, señores y señoras, es hora de levantarse! ¡Los
zombies están muy inquietos hoy y el edificio está completamente rodeado!
¡Tendremos que darles su ración de plomo! ¡A levantarse!
- ¿¡Zombies!? -preguntó con un grito Guillermo, al tiempo que
se levantaba en un movimiento brusco y rápido-. ¿Qué quiere decir con, zombies?
- ¿Y a este qué le pasa? -preguntó a su vez el tipo
dirigiéndose a otros. Algunos hicieron un gesto que decía “Yo que sé, recién me
despierto”, pero otros se pusieron serios, y una mujer se irguió y tomó un
revólver.
- Tal vez enloqueció -opinó la mujer-. No quiero a un loco
aquí. He visto enloquecer a muchos y no es bueno, no quiero a un loco armado.
Di algo más, Guillermo.
Ahora todos estaban despiertos, y los más próximos fueron
deslizando disimuladamente sus manos hacia las culatas, mirándolo a él.
Guillermo pensó rápido y tuvo que mentir:
- Compañeros, no estoy loco, solo me desperté algo confundido.
Disculpen si los inquieté.
Con esas palabras todos parecieron calmarse y la mujer sonrió.
Tras reiterados bostezos y estiramientos fueron abandonando la habitación.
Guillermo quedó de último. Sobre la cama que ocupara había una metralleta, la
tomó y salió también.
Había mentido para salir de aquel apuro, no tenía ni la más
remota idea de lo que hacía allí ni recordaba a ninguna de aquellas personas.
Al pensar lo que dijo el tipo sobre los zombies se estremeció. «Zombies, no
puede ser, no, imposible.
¿Serán esos gemidos que se escuchan? Que no sean zombies,
zombies no…», razonaba mentalmente Guillermo. Muchas veces había soñado con
muertos vivientes, y todas las películas del género lo impresionaban bastante.
«¿Será esto otra pesadilla? ¡Diablos! No es una pesadilla, pero, ¿Qué es? No
recuerdo casi nada».
Avanzó junto a otros por un corredor y llegaron al pie de una
escalera. Los otros comenzaron a subir. Ahora los gemidos y los gritos se
escuchaban más claros. Guillermo quedó petrificado, pero los empujones de los
de los que venían atrás lo hicieron reaccionar y subió también. Ahora estaban
en el techo del edificio. Guillermo lloraba por dentro. Los gemidos que venían
de abajo aumentaron cuando las personas se asomaron. Se acercó unos pasos más y
los vio. Una horda de zombies decrépitos, ya con jirones de ropas nauseabundas
y piel acartonada y gris, un gris asqueroso, rodeaba el edificio por todos
lados. Los que estaban contra la pared arañaban los muros con las uñas y gemían
mirando hacia arriba.
Las personas que estaban con Guillermo abrieron fuego hacia
abajo y se desató una balacera infernal. Él, aterrado hasta un punto que no
creía posible, se unió a ellos por no saber qué otra cosa hacer. Aquello era
mil veces peor que la más angustiante de sus pesadillas con muertos vivientes.
Al notar que el rugir de la balacera había disminuido,
advirtió que algunos bajaban del techo por la escalera, y alguien que pasó a su
lado dijo que los zombies habían logrado entrar al edificio.
Una verdadera batalla se desató abajo, y crecieron los gritos
junto con las detonaciones.
Todos los que estaban en el techo bajaron, dejando solo. Y la
situación seguía empeorando. Los cuerpos de muchos zombies se habían apilado
contra el muro, y ahora otros los usaban para acercarse más al techo, y algunas
manos decrépitas ya casi alcanzaban a treparse.
Dentro del edificio ya no sonaban tiros, solo se escuchaban
gemidos y alaridos de zombies.
Cuando comenzaron a asomar en la escalera los de afuera
alcanzaron el techo. Guillermo sintió un terror tan horrible que pensó que
aquello no podía ser real, pero tampoco era una pesadilla, aquello tenía que
ser… el infierno.
Él había muerto y ahora estaba en el infierno. Al darse cuenta
de ello todo se vaporizó entre llamas y resonaron carcajadas llenas de maldad.
De pronto Guillermo se encontró sentado en un avión militar en
pleno vuelo. Estaba rodeado de soldados y él vestido como uno. Nuevamente no
tenía ni la más remota idea de por qué estaba allí.
Un sargento se les aproximó desde la parte delantera del avión
y les dijo:
- ¡Soldados, el país está sufriendo una especie de rebelión
civil violenta! ¡Parece que parte de los ciudadanos enloquecieron! ¡No sabemos
las causas! ¡Tenemos autorizado usar fuerza letal! ¿Alguna pregunta?
- Sargento, ¿Es cierto lo que dicen, que los atacantes son
zombies? -preguntó un soldado.
- ¿¡Zombies!? -exclamó Guillermo.
El infierno lo hacía saltar de una situación con zombies a
otra: ese era su infierno.
Fuente:
miedo666.es.tl