«Es una vieja plaga,
de libros, y cuentos vetustos.
Adornada con la corona de Anubis,
que nació entre tumbas con pasajes secretos.
Es una tormenta negra con olor a
desierto.
Son como langostas hambrientas de
pasto verde.
Monstruos disfrazados de ovejas
tiernas,
pero son chacales que se mueven en
la umbra.
Es una epidemia letal que dice
vestirse de harapos
mientras devora riquezas, vidas y
existencias.
Ruines, … … … de otro genus…
Se alimentan de todo, lo muerden
todo,
como ratas…
llevan la marca de un demiurgo… de
algo
que todavía la humanidad no conoce.
Es una peste carroñera, buitres
rojos del abismo.
Bracatos de lo impío.
Ellos saben quiénes son…
ustedes no.
Sus cielos son rojos y manchan las
dagas
de sus holocaustos.
El mundo es su patio de juegos macabros.
Sus juguetes están adornados de
pirámides
y del ojo de Zabulus.
Endriagos del orcus cruel y artero.
Amorfios de los submundos del caos,
trabajando para el enemigo de Aquel
que no tiene nombre.
Este es el holocausto…
pero no es el sacrificio final.
Los ofidios se mueven de arriba a abajo,
de lado a lado… entre el veneno
etéreo
expelido por sus corazones negros.
Priman los tronos de las tinieblas,
se sacuden los vacíos que orbitan
la matriz,
vuelan y sobre vuelan los dragones
supuestamente olvidados,
y escupen sangre sobre el sol y la
luna.
Pudren la sangre con ponzoñas
negra,
rompen escaleras evolutivas.
Es otra ofrenda…
al servicio del Rex Regis Zabulus,
mientras el andar de 4 jinetes
rompe
el asfalto de este incertus mundus».