«Vivo en un país donde las libertades
individuales están protegidas por una Constitución, donde las ideas pueden
fluir (al menos en teoría) y donde el debate político es una parte habitual del
paisaje social. Y es en este entorno, precisamente, donde me he dado cuenta de
algo que a menudo sorprende a quienes vienen de sistemas diferentes: ser
comunista, o al menos identificarse públicamente con esa ideología, no es tan
difícil. De hecho, es casi cómodo.
Puede que parezca una afirmación herética,
especialmente en un mundo donde el comunismo a menudo se asocia con la
represión y la falta de libertad. Pero la realidad es que, en nuestro entorno,
ser comunista significa, sobre todo, tener una opinión política. Puedes leer
los libros de Marx y Engels, puedes discutir sus ideas con otros, puedes
incluso unirte a un partido comunista si así lo deseas, y lo más probable es
que nadie te lo impida. Puedes criticar el sistema capitalista, puedes
argumentar por la necesidad de una distribución más equitativa de la riqueza, y
lo harás sin temor a represalias directas por parte del Estado.
Esto no significa que no haya desventajas. Ser
comunista en un país libre puede hacer que te veas como un outsider, que te
enfrentes a cierta cantidad de prejuicios y estigmas. Algunos pueden
considerarte radical, exagerado o incluso peligroso. Puedes experimentar cierta
incomodidad al expresar tus ideas en ciertos círculos sociales o profesionales.
Pero, en última instancia, siempre tienes la opción de cambiar de opinión, de
moderar tus posturas o de simplemente mantenerlas para ti. No estás atrapado en
una ideología de la que no puedes salir.
Y aquí es donde reside la verdadera ironía.
Mientras que ser comunista en un país libre puede ser relativamente fácil, la
situación se invierte radicalmente si intentas ser libre en un país comunista.
Y es precisamente esta paradoja la que quiero exponer con cierta claridad.
En un país comunista, la libertad no es solo
una opción, es una amenaza. El Estado no solo controla la economía y la
política, sino también la cultura, la educación, los medios de comunicación y,
lo que es más importante, la mente de los ciudadanos. La ideología oficial es
la única que se permite, y cualquier intento de cuestionarla o de expresar
ideas diferentes es visto con sospecha.
En un país comunista los únicos que prosperan
son los que están arriba de la pirámide, Nicolás Maduro es un ejemplo, mientras
su pueblo se muere de hambre o escapa a otros países, la cuenta personal de
Madura es multimillonaria.
Ser «libre» en este contexto significa, sobre
todo, ser disidente. Significa desafiar el orden establecido, significa pensar
por ti mismo y no seguir ciegamente las directrices del Partido. Y esto es
exactamente lo que el Estado comunista no puede permitir. Por eso, los disidentes
son perseguidos, vigilados, arrestados, encarcelados y, en los peores casos,
ejecutados.
Y aquí es donde reside la verdadera ironía.
Mientras que en un país libre se nos permite ser comunistas (aunque sea de
forma cómoda y sin consecuencias directas), en un país comunista no se nos
permite ser libres (aunque sea a costa de sufrir una represión brutal).
¿Por qué ocurre esto? La razón es simple: el
comunismo, tal como se ha implementado en la historia, es una ideología
totalitaria que no puede coexistir con la libertad individual. El comunismo
busca controlar todos los aspectos de la vida social, eliminando cualquier
espacio para la diversidad de opiniones y la autonomía personal. Y en la medida
en que el Estado comunista falla en su intento de controlar la mente de los
ciudadanos, se vuelve cada vez más represivo.
Esto no significa que el comunismo sea
intrínsecamente malo. De hecho, la idea de una sociedad más justa y equitativa,
sin desigualdades económicas y con una distribución más equitativa de la riqueza,
es una idea a la que muchos podemos resaltar. Pero el problema es que los
intentos de implementar el comunismo en la práctica han demostrado ser, en la
mayoría de los casos, un desastre.
Las historias de la Unión Soviética, de China,
de Cuba, de Vietnam, de Venezuela, son historias de represión, de pobreza, de
falta de libertades y, en general, de fracaso. Estos países no solo han fallado
en alcanzar la utopía comunista, sino que también han causado un daño
incalculable a sus ciudadanos.
Y aquí es donde reside la verdadera lección. Si
realmente queremos construir una sociedad más justa y equitativa, no debemos
buscar la dictadura del proletariado, sino buscar la libertad individual y la
«democracia». Solo en un entorno de libertad y democracia podemos realmente
empezar a crear una sociedad donde la riqueza sea distribuida de manera más
equitativa y donde todos los ciudadanos tengan la oportunidad de prosperar.
Por eso, aunque ser comunista en un país libre
puede ser relativamente fácil, la verdadera lucha no es por adoptar una
ideología política, sino por defender la libertad individual y contra la
tiranía de cualquier ideología, ya sea capitalista, fascista o comunista. Solo
así podremos construir un futuro mejor para todos y podremos evitar que suenen las campanas fúnebres».
[IAn «Ülveer» Moone]
Fuentes:
Uncut-news.ch
Comunidad Voz del pueblo.
Conciencia Mundial.
La Gazeta.
Noticias Alerta Global.
La Guarida del lobo.
Patcrosscartoons.com
Nibiru Conection.
RT Noticias.
Edición final: Jarl Asathørn.





































