miércoles, 8 de octubre de 2025

La Casa [Devorado por la Oscuridad II]



LA CASA

[DEVORADO POR LA OSCURIDAD II] 

«Han pasado muchos años desde que salí del orfanato, y ahora, estoy solo aquí, en este tétrico lugar para dilucidar una oscura historia... la del niño que nunca conocí. Su legado de horror aún permanece en la memoria de todos aquellos que estuvieron en esa tormentosa noche, en ese macabro y horripilante cuarto.

Dicen que esta era su casa. Aquí vivió antes de ser enviado a ese lúgubre orfanato donde crecimos, y donde perdimos también parte de nuestra inocencia y de nuestras almas.

 

La casa se alzaba imponente, una silueta oscura contra el cielo nocturno. Las ventanas, como cuencas vacías, parecían observar, acechando a través de la madera. Era una casa abandonada por el tiempo, un lugar donde el miedo se materializaba en cada sombra, en cada crujido de los cimientos. Yo, con mis veintitantos años, me sentía atraído por lo desconocido, por la adrenalina que corría por mis venas al enfrentarme a lo inexplicable. La oscuridad, mi mayor temor, me llamaba, me desafiaba.

 

Había escuchado historias sobre la casa, relatos de susurros fantasmales, de figuras sombrías que se movían en la penumbra. Anatoly Bychkov, el niño de la secta, resonaba en mi mente. Sus palabras, un eco de un pasado oscuro, me perseguían: «Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn». Un canto que prometía el regreso de dioses y horrores ancestrales.

 

Entré en la casa con el corazón latiendo con fuerza. La puerta de roble crujió al cerrarse tras de mí, un sonido que resonó en el silencio sepulcral. El aire era frío, húmedo, impregnado de un olor a polvo y a muerte. La oscuridad me envolvía, una oscuridad densa, palpable, que me obligaba a avanzar a tientas.

Encontré una linterna en el recibidor, su luz débil apenas lograba romper la negrura. Cada sombra parecía una criatura acechante, cada sonido, un susurro amenazante. Subí las escaleras, sintiendo la mirada de la casa sobre mí. Los escalones crujían bajo mis pies, como si la propia casa se quejara de mi presencia.

 

En el segundo piso, encontré una habitación. La puerta estaba entreabierta, invitándome a entrar. La curiosidad, mezclada con el miedo, me impulsó a cruzar el umbral. La habitación estaba en penumbra, pero pude distinguir una cama deshecha, un armario y una vieja cómoda. En la pared, una mancha oscura, como si algo se hubiera derramado.

 

De repente, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sentí una presencia, una mirada fija en mí. Me giré, pero no vi nada. La oscuridad me engañaba, jugaba con mis miedos. Entonces, escuché un susurro, una voz gutural que provenía de la oscuridad:

—«Iä Hastur cf'ayak'vulgtmm, vugtlagln vulgtmm». Las palabras de Anatoly, el eco de un horror ancestral.

—¡Anatoly! ¿Eres tú? – pregunté con voz temblorosa.

El miedo me paralizó. La oscuridad se hizo más intensa, más opresiva. Sentí que algo se acercaba, algo que no podía ver, pero que podía sentir. La presencia maligna de este niño, una entidad que se alimentaba del miedo.

Intenté gritar, pero mi voz se ahogó en mi garganta. La oscuridad me envolvía, me asfixiaba. Sentí un frío helado en mi espalda, como si algo me tocara. Luego, un dolor punzante, como si me clavaran una aguja.

Caí al suelo, sintiendo que mi cuerpo se adormecía. La oscuridad se apoderó de mí, borrando todo a su paso. Escuché una risa, una risa macabra que resonaba en la oscuridad… y algo se apagó en mí, mi visión se nubló y caí en un abismo de tinieblas.



 

Desperté en el suelo, bañado en sudor. La linterna estaba apagada, la oscuridad me envolvía por completo. Me levanté, tambaleándome, y encendí la linterna. La luz débil iluminó la habitación, revelando la mancha oscura en la pared. Era sangre.

Salí corriendo de la habitación, huyendo de la oscuridad, huyendo de la casa. Bajé las escaleras a toda prisa, sin mirar atrás. La casa parecía reírse de mí, sabiendo que había sido testigo de su horror.

Salí de la casa, respirando el aire fresco de la noche. La oscuridad aún me perseguía, pero ya no estaba dentro de la casa. Me senté en el césped, temblando, tratando de asimilar lo que había vivido.

La casa embrujada, el eco de Anatoly, la oscuridad, todo se había fusionado en una pesadilla. Sabía que nunca olvidaría lo que había visto, lo que había sentido. La oscuridad, mi mayor temor, me había tocado, me había marcado.

 

Pero la historia no termina ahí.

 

Días después, volví a la casa. La curiosidad, la necesidad de entender, me impulsaron a regresar. Entré, con el corazón encogido, sabiendo que me enfrentaría a mis miedos una vez más.

La casa seguía igual, oscura, silenciosa, acechante, tenebrosa. Subí las escaleras, sintiendo la mirada de la casa sobre mí. Entré en la habitación donde había despertado, donde había sentido la presencia maligna.

La mancha de sangre seguía en la pared. Me acerqué, tocándola con un dedo. Estaba seca, fría. Entonces, escuché un susurro, una voz gutural que provenía de la oscuridad:

—«Iä Hastur cf'ayak'vulgtmm, vugtlagln vulgtmm».

Me giré, buscando la fuente del sonido. En la oscuridad, vi una figura, una sombra que se movía. Se acercaba a mí, lentamente, con una sonrisa macabra… era Anatoly.

Mientras corría, sentí una extraña sensación. Como si algo se hubiera quedado conmigo, como si la oscuridad se hubiera adherido a mi alma. Afuera miré mis manos, y vi que estaban cubiertas de una sustancia oscura, pegajosa. Sangre. Era mi sangre…

Me di cuenta de que no estaba solo. La oscuridad, la entidad que habitaba la casa, me había elegido. Me había convertido en parte de ella. Ya no podía escapar, una fuerza oscura me impedía huir.

La casa, ahora, era yo.

Y la oscuridad, mi mayor temor, se había convertido en mi destino.

La casa, ahora, me esperaba. Y yo, con el miedo arraigado en mi ser, sabía que no podía escapar, mientras me devoraba a mí mismo».



 

 

Un cuento creado por Jarl Asathørn.

Basado en el mundo de H.P.Lovecraft.

Imágenes creadas con AI.