LA CASA
[DEVORADO POR LA OSCURIDAD II]
«Han pasado
muchos años desde que salí del orfanato, y ahora, estoy solo aquí, en este
tétrico lugar para dilucidar una oscura historia... la del niño que nunca
conocí. Su legado de horror aún permanece en la memoria de todos aquellos que
estuvieron en esa tormentosa noche, en ese macabro y horripilante cuarto.
Dicen que
esta era su casa. Aquí vivió antes de ser enviado a ese lúgubre orfanato donde
crecimos, y donde perdimos también parte de nuestra inocencia y de nuestras
almas.
La casa se
alzaba imponente, una silueta oscura contra el cielo nocturno. Las ventanas,
como cuencas vacías, parecían observar, acechando a través de la madera. Era
una casa abandonada por el tiempo, un lugar donde el miedo se materializaba en
cada sombra, en cada crujido de los cimientos. Yo, con mis veintitantos años,
me sentía atraído por lo desconocido, por la adrenalina que corría por mis
venas al enfrentarme a lo inexplicable. La oscuridad, mi mayor temor, me
llamaba, me desafiaba.
Había
escuchado historias sobre la casa, relatos de susurros fantasmales, de figuras
sombrías que se movían en la penumbra. Anatoly Bychkov, el niño de la secta,
resonaba en mi mente. Sus palabras, un eco de un pasado oscuro, me perseguían:
«Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh
wgah'nagl fhtagn». Un canto que prometía el regreso de dioses y horrores
ancestrales.
Entré en la
casa con el corazón latiendo con fuerza. La puerta de roble crujió al cerrarse
tras de mí, un sonido que resonó en el silencio sepulcral. El aire era frío,
húmedo, impregnado de un olor a polvo y a muerte. La oscuridad me envolvía, una
oscuridad densa, palpable, que me obligaba a avanzar a tientas.
Encontré una
linterna en el recibidor, su luz débil apenas lograba romper la negrura. Cada
sombra parecía una criatura acechante, cada sonido, un susurro amenazante. Subí
las escaleras, sintiendo la mirada de la casa sobre mí. Los escalones crujían
bajo mis pies, como si la propia casa se quejara de mi presencia.
En el
segundo piso, encontré una habitación. La puerta estaba entreabierta,
invitándome a entrar. La curiosidad, mezclada con el miedo, me impulsó a cruzar
el umbral. La habitación estaba en penumbra, pero pude distinguir una cama
deshecha, un armario y una vieja cómoda. En la pared, una mancha oscura, como
si algo se hubiera derramado.
De repente,
un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sentí una presencia, una mirada fija en mí.
Me giré, pero no vi nada. La oscuridad me engañaba, jugaba con mis miedos.
Entonces, escuché un susurro, una voz gutural que provenía de la oscuridad:
—«Iä Hastur cf'ayak'vulgtmm, vugtlagln vulgtmm».
Las palabras de Anatoly, el eco de un horror ancestral.
—¡Anatoly!
¿Eres tú? – pregunté con voz temblorosa.
El miedo me
paralizó. La oscuridad se hizo más intensa, más opresiva. Sentí que algo se
acercaba, algo que no podía ver, pero que podía sentir. La presencia maligna de
este niño, una entidad que se alimentaba del miedo.
Intenté
gritar, pero mi voz se ahogó en mi garganta. La oscuridad me envolvía, me
asfixiaba. Sentí un frío helado en mi espalda, como si algo me tocara. Luego,
un dolor punzante, como si me clavaran una aguja.
Caí al
suelo, sintiendo que mi cuerpo se adormecía. La oscuridad se apoderó de mí,
borrando todo a su paso. Escuché una risa, una risa macabra que resonaba en la
oscuridad… y algo se apagó en mí, mi visión se nubló y caí en un abismo de
tinieblas.
Desperté en
el suelo, bañado en sudor. La linterna estaba apagada, la oscuridad me envolvía
por completo. Me levanté, tambaleándome, y encendí la linterna. La luz débil
iluminó la habitación, revelando la mancha oscura en la pared. Era sangre.
Salí
corriendo de la habitación, huyendo de la oscuridad, huyendo de la casa. Bajé
las escaleras a toda prisa, sin mirar atrás. La casa parecía reírse de mí, sabiendo
que había sido testigo de su horror.
Salí de la
casa, respirando el aire fresco de la noche. La oscuridad aún me perseguía,
pero ya no estaba dentro de la casa. Me senté en el césped, temblando, tratando
de asimilar lo que había vivido.
La casa embrujada,
el eco de Anatoly, la oscuridad, todo se había fusionado en una pesadilla.
Sabía que nunca olvidaría lo que había visto, lo que había sentido. La
oscuridad, mi mayor temor, me había tocado, me había marcado.
Pero la
historia no termina ahí.
Días
después, volví a la casa. La curiosidad, la necesidad de entender, me
impulsaron a regresar. Entré, con el corazón encogido, sabiendo que me
enfrentaría a mis miedos una vez más.
La casa
seguía igual, oscura, silenciosa, acechante, tenebrosa. Subí las escaleras,
sintiendo la mirada de la casa sobre mí. Entré en la habitación donde había
despertado, donde había sentido la presencia maligna.
La mancha de
sangre seguía en la pared. Me acerqué, tocándola con un dedo. Estaba seca,
fría. Entonces, escuché un susurro, una voz gutural que provenía de la
oscuridad:
—«Iä Hastur cf'ayak'vulgtmm, vugtlagln vulgtmm».
Me giré,
buscando la fuente del sonido. En la oscuridad, vi una figura, una sombra que
se movía. Se acercaba a mí, lentamente, con una sonrisa macabra… era Anatoly.
Mientras
corría, sentí una extraña sensación. Como si algo se hubiera quedado conmigo,
como si la oscuridad se hubiera adherido a mi alma. Afuera miré mis manos, y vi
que estaban cubiertas de una sustancia oscura, pegajosa. Sangre. Era mi sangre…
Me di cuenta
de que no estaba solo. La oscuridad, la entidad que habitaba la casa, me había
elegido. Me había convertido en parte de ella. Ya no podía escapar, una fuerza
oscura me impedía huir.
La casa,
ahora, era yo.
Y la
oscuridad, mi mayor temor, se había convertido en mi destino.
La casa,
ahora, me esperaba. Y yo, con el miedo arraigado en mi ser, sabía que no podía
escapar, mientras me devoraba a mí mismo».
Un cuento
creado por Jarl Asathørn.
Basado en el
mundo de H.P.Lovecraft.
Imágenes
creadas con AI.