RUTA 52
(Basada en hechos reales)
Me llamo Daniel Zárate, soy
trailero, como se conoce aquí en Argentina o camionero para otros países de
Latinoamérica.
Llevo trabajando en esta noble
labor desde mi juventud, herencia que me inculcó mi padre la cual también
comparto junto a mi hijo, aunque nos desempeñamos en empresas diferentes.
Hago mención de esto porque una
de las características principales en la que diferimos, es que a diferencia de
mi hermano la empresa en la que yo estoy no me permite llevar acompañantes,
razón que me llevó a vivir todas las anécdotas en soledad.
Algo que de cierto modo es
ventaja para muchos, pero hay ciertas vivencias que quizás no ocurrirían
estando acompañándonos de alguien, porque estoy seguro de que cuando estamos
solos el demonio nos ve como un blanco fácil.
Esto me sucedió hace unos pocos
años en uno de los tantos viajes que hice en la ruta 52 cerca de la cordillera
fronteriza de Chile – Argentina.
Eran las 11:15 aproximadamente,
la noche fría típica del clima mantenía impaciente mi deseo de llegar al
destino, hacer mi entrega y regresar a mi hogar para así tener un merecido
descanso.
Por cosas de la vida una falla
inexplicable en mi camión obstruyó mi viaje, dejándome absolutamente solo
parado a la intemperie de la oscura y congelada carretera.
Desde ese instante supe que algo
malo pasaría, cuando me bajé del camión una brisa seca él o mi cara de
inmediato, quise acelerar el proceso de revisar el motor y todo lo necesario
para encontrar el desperfecto.
Dando por concluida mi búsqueda
sin resultado positivo, nada técnico justificaba el mal funcionamiento del
camión ni mucho menos el motivo por el que no podía darle arranque.
Maldecí en voz alta como quien
se desahoga por algo que provoca molestia e impotencia nada más me quedaba por
hacer, dependía de algún otro camión que pasara por el lugar a quien poder
pedir ayuda.
Pero dada la ubicación en donde
me encontraba seguramente pasarían horas en volver a ver a alguien por allí o
al menos es lo que yo pensaba.
Media hora después empecé a
tener una leve sospecha de que en realidad yo no estaba tan solo como creí en
ese inhóspito sitio.
Una cinta flameante colgaba de
un pequeño soporte a la orilla del parabrisas ésta me indicaba la furia de la
brisa helada que castigaba la zona.
A pesar de que me encontraba
dentro de la cabina con la calefacción sabía que de igual modo tarde o temprano
podría averiarse, entonces yo también sufriría los estragos del frío.
LOS HECHOS
Estaba meditando aún en eso
cuando de reojo percibí una sombra pasar por la ventanilla del lado del
acompañante.
Por instinto me di vuelta para
mirar, pero sólo me encontré con la oscuridad, no había terminado de
reincorporar mi vista al frente cuando escuché un golpe lateral en el acoplado
del camión.
Me quedé atento por unos
segundos con el fin de distinguir si lo que había oído fue provocado por el
viento, pero un nuevo golpe me convenció de que se trataba de algo más, alguien
o algo estaba allí afuera golpeando la caja de carga.
Encendí todas las luces antes de
bajarme no sin antes tomar un arma que solía llevar por seguridad personal.
Apenas puse un pie en el suelo
cubrí mi nariz con mis manos para protegerme de un olor pestilente insoportable
que surgió de la nada, pero no fue solo eso todo el ambiente pareció haber
cambiado.
La noche estaba más oscura de lo
normal el firmamento estaba cubierto de nubes negras que ocultaban las
estrellas generando un clima perturbador.
No obstante, y algo más
espeluznante todavía que me dejó inmóvil de miedo, unas sombras humanoides
estaban paradas a unos metros de mí eran figuras tan negras que sobresalían de
la misma oscuridad.
Estaban tiesas sin hacer nada,
segundos después volví a escuchar el golpe giré mi cabeza y vi a dos de esas
cosas prendidas del acoplado cerca mío tan cerca que los reconocí como los que
despedían ese fétido olor.
LOS ROSTROS DEFORMES
Sólo alcancé a ver escasamente
sus rostros deformes porque horrorizado me subí al camión asegurando las
puertas e instantáneamente empezaron a provocar el caos.
Paulatinamente todo el camión
empezó a balancearse hacia los costados era como si lo empujaran de ambos lados
con una fuerza descomunal, podía sentir como las ruedas se levantaban del suelo
para luego caer bruscamente.
El temblor producido por los
impactos empezó a rasgar los vidrios de la cabina en tanto yo gritaba
desesperado «dios sálvame por favor», al instante todo se quedó quieto junto a
un silencio abismal.
Abrí los ojos rogando que todo
se tratase de una pesadilla de la que acababa de despertar, pero no sobre el
vidrio roto del parabrisas vi pegadas a esas cosas que ahora puede contemplar
claramente.
Sin duda alguna eran demonios
seres de rostros monstruosos de grandes bocas con muecas vacías de matices
humanos, quienes al verme en esa frágil condición lanzaron gritos enloquecidos
para reiniciar mi martirio.
El camión volvió a balancearse
por unos minutos más hasta que finalmente y como éste se volteaba hacia un
costado conmigo adentro partiendo las ventanas en mil pedazos.
PERDÍ LA CONCIENCIA
No sé qué ocurrió después perdí
la conciencia y lo último que recuerdo es ver esos ojos brillantes mirándome
fijamente.
Un camionero me salvó al
encontrarme horas después la hipotermia casi acabó con mi vida al estar
expuesto al clima durante todo ese tiempo.
Mi camión no solo estaba
volcado, sino que no había espacio en el que no estuviera destrozado, un
accidente provocado al haberme quedado dormido fue la razón que dictaminaron
para justificar lo ocurrido.
Nadie creyó en mi historia pese
a ser uno más de los que formaban parte de la extensa lista de accidentados en
ese tramo de la carretera.
Todavía trabajo para la misma
empresa, pero sólo abarco destinos en las zonas locales, estas que están
plagadas de tránsito permanentemente.
Eso es lo que elegí, pues si me
toca perder la vida conduciendo un camión indudablemente prefiero que sea cerca
de una ciudad y no a manos de los demonios en aquella carretera de la ruta 52.
LA COBIJA DEL TRÁILERO
(Historia real)
Mi nombre es Jorge Ávila soy de
Guadalajara Jalisco, soy trailero, al igual que lo es hoy en día mi hijo quien
también forma parte de esta historia.
Era una helada noche del 2014
cuando me salió un viaje en el cual seguía circular por la carretera libre
Guadalajara-Zacatecas, mi hijo de ese entonces 16 años se encontraba en plenas
vacaciones de invierno por lo que aproveché para llevarlo conmigo.
Él también era aficionado a los
camiones y era una de sus grandes aspiraciones el promover el oficio con el fin
de convertirse en tradición familiar.
En el asfalto negro vacilaban
los reflejos de las luces de mi tráiler en tanto mi hijo me contaba todas las
hazañas realizadas junto a sus amigos.
Para mí no había nada mejor que
disfrutar de su compañía, aunque pasando la medianoche mi entusiasta compañero
de viaje comenzó a dar los primeros signos de sueño.
Le pedí que no se durmiera aún
porque llegaríamos a un restaurante ubicado al costado de la carretera, lugar
que suelo frecuentar cuando hago el mismo trayecto.
Él estuvo de acuerdo, pero para
sentirse más cómodo mientras llegábamos tomó una cobija roja que yo traía en la
cama de la cabina, y se cubrió con ella para así seguir entreteniendo me con
sus anécdotas.
Llegamos al local cerca de la
estación, dejamos el vehículo a unos pocos metros de la entrada, el bajó con la
cobija sobre sus hombros cuando ambos descendimos para entrar al restaurante.
El dueño del lugar, un hombre
mayor quien junto a su familia pasó muchos años prestando servicios a los
viajantes con sus exquisitos platos regionales nos atendió muy amablemente,
luego de prestarle atención a mi hijo nos sentamos a comer.
La plática amena en el cálido
ambiente llegó a su fin después de terminar la cena, teníamos un viaje que
hacer y aún estábamos lejos del destino.
Mi hijo me pidió que lo esperara
porque quería ir al baño por lo que yo aproveché para platicar un poco más con
el dueño.
Pasados unos minutos mi hijo no
regresaba, me despedí del señor y me dirigía al tráiler para esperarlo, pero me
sorprendí al ver que él ya estaba arriba de la cabina cubierto con la cobija.
Imaginando que en verdad ya
estaba muy cansado preferí no decirle nada puse en marcha el vehículo y
retomamos el viaje.
LA COBIJA ROJA
Conduciendo en la carretera me
di cuenta de los detalles mi hijo estaba apoyado en el asiento cubierto en su
totalidad, pero el espacio que ocupaba la cobija no concordaba con el tamaño de
su cuerpo, era como si fuera una persona más grande la que estaba allí.
Me resultó más llamativo todavía
que estaba tan rígido que no podía ni siquiera distinguir los movimientos de su
respiración.
Extrañado lo llamé por su nombre
para despertarlo, pero él no me respondió, con mi mano toqué su hombro y al
instante ese cuerpo se inclinó hasta caer apoyado en la puerta dejando al
descubierto parte de su cabeza.
Sentía escalofríos al ver unos
largos cabellos asomarse tímidamente detrás de la cobija, no, eso no era mi
hijo.
El terror que sentí apenas me
permitió maniobrar el tráiler para frenar unos metros más adelante.
Me bajé desesperado y me quedé
alejado observando incrédulo ese cuerpo desconocido mientras me preguntaba si
eso no era mi hijo donde estaba él.
La respuesta me llegó al
instante el celular en mi bolsillo comenzó a sonar indicando me una llamada
entrante de un número que yo no tenía agregado.
Al contestar me paralicé, era mi
hijo quien estaba llamando desde el teléfono del restaurante donde habíamos
estado minutos antes.
Él salió del baño y no me
encontró, trastornado voltee a mirar al tráiler para observar que aquella cosa
ya no estaba, tartamudeando le dije a mi hijo que me esperara dentro del local
que ya mismo regresaría por él.
A pesar de que tardé un poco en
tomar valor y subirme al tráiler nuevamente para regresar… llegué mudo al lugar
y únicamente atiné a disculparme por mi imprudencia, a lo que él reaccionó con
risas burlándose de la situación.
Mi estupor creció cuando lo vi
subir sosteniendo la cobija en sus manos, la misma que segundos antes me había
hecho sucumbir la razón.
Mientras manejaba mi evidente
nerviosismo no pasó desapercibido para mi hijo, me pregunto qué pasaba y por
qué estaba temblando tanto.
Lo tranquilicé diciendo que sólo
fue el susto del momento vivido por haberlo olvidado.
Lejos de que el susto terminara
allí algo macabro se presentó más adelante.
Justo cuando volvía a pasar por
el mismo lugar donde aquella cosa estuvo a mi lado y desapareció, mi hijo dio
un grito de advertencia, pero no pude evitar que fuéramos víctimas de un
accidente en el que podríamos haber perdido la vida.
Simultáneamente a su grito esa
cobija se apareció planeando en medio de la carretera en dirección a nosotros,
como siendo empujada en el aire por un viento inexistente en esos instantes.
Cayó extendida en el parabrisas
cubriendo toda la visión causando que yo perdiera el control y chocáramos
contra unos árboles al costado del camino.
Recuperé la conciencia cubierto
de vidrios quebrados.
Por instinto no sentí dolor
alguno, me percaté de la herida en mi cabeza recién cuando saqué a mi hijo del
vehículo, quien gracias a dios sólo recibió leves cortes.
¿QUÉ PASÓ?
Esta breve y tétrica odisea
tiene una posible explicación, la leí en un periódico días después de haber
pasado por ese tormento, el cuerpo descompuesto de una mujer fue hallado cerca
del lugar donde nosotros tuvimos el accidente.
Al parecer se trataba de una
mujer de la vida galante a quien un trailero levantó cerca del restaurante
donde cenamos mi hijo y yo, eso sucedió una semana antes de que nosotros
fuéramos a local.
Por motivos que se desconoce
aquel hombre terminó quitándole la vida y ocultando el cuerpo al costado de la
carretera, dejando la cubierta sólo con una cobija, exactamente era una cobija
roja idéntica a la nuestra.
Fuentes:
Historiasdeterrorcortas.com
i1.wp.com
Edición
final: V.D.M.