martes, 8 de octubre de 2024

Paranormal Effect Nº12



RUTA 52

(Basada en hechos reales)



Me llamo Daniel Zárate, soy trailero, como se conoce aquí en Argentina o camionero para otros países de Latinoamérica.

Llevo trabajando en esta noble labor desde mi juventud, herencia que me inculcó mi padre la cual también comparto junto a mi hijo, aunque nos desempeñamos en empresas diferentes.

Hago mención de esto porque una de las características principales en la que diferimos, es que a diferencia de mi hermano la empresa en la que yo estoy no me permite llevar acompañantes, razón que me llevó a vivir todas las anécdotas en soledad.

Algo que de cierto modo es ventaja para muchos, pero hay ciertas vivencias que quizás no ocurrirían estando acompañándonos de alguien, porque estoy seguro de que cuando estamos solos el demonio nos ve como un blanco fácil.

Esto me sucedió hace unos pocos años en uno de los tantos viajes que hice en la ruta 52 cerca de la cordillera fronteriza de Chile – Argentina.

Eran las 11:15 aproximadamente, la noche fría típica del clima mantenía impaciente mi deseo de llegar al destino, hacer mi entrega y regresar a mi hogar para así tener un merecido descanso.

Por cosas de la vida una falla inexplicable en mi camión obstruyó mi viaje, dejándome absolutamente solo parado a la intemperie de la oscura y congelada carretera.

Desde ese instante supe que algo malo pasaría, cuando me bajé del camión una brisa seca él o mi cara de inmediato, quise acelerar el proceso de revisar el motor y todo lo necesario para encontrar el desperfecto.

Dando por concluida mi búsqueda sin resultado positivo, nada técnico justificaba el mal funcionamiento del camión ni mucho menos el motivo por el que no podía darle arranque.

Maldecí en voz alta como quien se desahoga por algo que provoca molestia e impotencia nada más me quedaba por hacer, dependía de algún otro camión que pasara por el lugar a quien poder pedir ayuda.

Pero dada la ubicación en donde me encontraba seguramente pasarían horas en volver a ver a alguien por allí o al menos es lo que yo pensaba.

Media hora después empecé a tener una leve sospecha de que en realidad yo no estaba tan solo como creí en ese inhóspito sitio.

Una cinta flameante colgaba de un pequeño soporte a la orilla del parabrisas ésta me indicaba la furia de la brisa helada que castigaba la zona.

A pesar de que me encontraba dentro de la cabina con la calefacción sabía que de igual modo tarde o temprano podría averiarse, entonces yo también sufriría los estragos del frío.

 

LOS HECHOS

Estaba meditando aún en eso cuando de reojo percibí una sombra pasar por la ventanilla del lado del acompañante.

Por instinto me di vuelta para mirar, pero sólo me encontré con la oscuridad, no había terminado de reincorporar mi vista al frente cuando escuché un golpe lateral en el acoplado del camión.

Me quedé atento por unos segundos con el fin de distinguir si lo que había oído fue provocado por el viento, pero un nuevo golpe me convenció de que se trataba de algo más, alguien o algo estaba allí afuera golpeando la caja de carga.

Encendí todas las luces antes de bajarme no sin antes tomar un arma que solía llevar por seguridad personal.

Apenas puse un pie en el suelo cubrí mi nariz con mis manos para protegerme de un olor pestilente insoportable que surgió de la nada, pero no fue solo eso todo el ambiente pareció haber cambiado.

La noche estaba más oscura de lo normal el firmamento estaba cubierto de nubes negras que ocultaban las estrellas generando un clima perturbador.

No obstante, y algo más espeluznante todavía que me dejó inmóvil de miedo, unas sombras humanoides estaban paradas a unos metros de mí eran figuras tan negras que sobresalían de la misma oscuridad.

Estaban tiesas sin hacer nada, segundos después volví a escuchar el golpe giré mi cabeza y vi a dos de esas cosas prendidas del acoplado cerca mío tan cerca que los reconocí como los que despedían ese fétido olor.

 

LOS ROSTROS DEFORMES

Sólo alcancé a ver escasamente sus rostros deformes porque horrorizado me subí al camión asegurando las puertas e instantáneamente empezaron a provocar el caos.

Paulatinamente todo el camión empezó a balancearse hacia los costados era como si lo empujaran de ambos lados con una fuerza descomunal, podía sentir como las ruedas se levantaban del suelo para luego caer bruscamente.

El temblor producido por los impactos empezó a rasgar los vidrios de la cabina en tanto yo gritaba desesperado «dios sálvame por favor», al instante todo se quedó quieto junto a un silencio abismal.

Abrí los ojos rogando que todo se tratase de una pesadilla de la que acababa de despertar, pero no sobre el vidrio roto del parabrisas vi pegadas a esas cosas que ahora puede contemplar claramente.

Sin duda alguna eran demonios seres de rostros monstruosos de grandes bocas con muecas vacías de matices humanos, quienes al verme en esa frágil condición lanzaron gritos enloquecidos para reiniciar mi martirio.

El camión volvió a balancearse por unos minutos más hasta que finalmente y como éste se volteaba hacia un costado conmigo adentro partiendo las ventanas en mil pedazos.

 

PERDÍ LA CONCIENCIA

No sé qué ocurrió después perdí la conciencia y lo último que recuerdo es ver esos ojos brillantes mirándome fijamente.

Un camionero me salvó al encontrarme horas después la hipotermia casi acabó con mi vida al estar expuesto al clima durante todo ese tiempo.

Mi camión no solo estaba volcado, sino que no había espacio en el que no estuviera destrozado, un accidente provocado al haberme quedado dormido fue la razón que dictaminaron para justificar lo ocurrido.

Nadie creyó en mi historia pese a ser uno más de los que formaban parte de la extensa lista de accidentados en ese tramo de la carretera.

Todavía trabajo para la misma empresa, pero sólo abarco destinos en las zonas locales, estas que están plagadas de tránsito permanentemente.

Eso es lo que elegí, pues si me toca perder la vida conduciendo un camión indudablemente prefiero que sea cerca de una ciudad y no a manos de los demonios en aquella carretera de la ruta 52.

 

LA COBIJA DEL TRÁILERO

(Historia real)



Mi nombre es Jorge Ávila soy de Guadalajara Jalisco, soy trailero, al igual que lo es hoy en día mi hijo quien también forma parte de esta historia.

Era una helada noche del 2014 cuando me salió un viaje en el cual seguía circular por la carretera libre Guadalajara-Zacatecas, mi hijo de ese entonces 16 años se encontraba en plenas vacaciones de invierno por lo que aproveché para llevarlo conmigo.

Él también era aficionado a los camiones y era una de sus grandes aspiraciones el promover el oficio con el fin de convertirse en tradición familiar.

En el asfalto negro vacilaban los reflejos de las luces de mi tráiler en tanto mi hijo me contaba todas las hazañas realizadas junto a sus amigos.

Para mí no había nada mejor que disfrutar de su compañía, aunque pasando la medianoche mi entusiasta compañero de viaje comenzó a dar los primeros signos de sueño.

Le pedí que no se durmiera aún porque llegaríamos a un restaurante ubicado al costado de la carretera, lugar que suelo frecuentar cuando hago el mismo trayecto.

Él estuvo de acuerdo, pero para sentirse más cómodo mientras llegábamos tomó una cobija roja que yo traía en la cama de la cabina, y se cubrió con ella para así seguir entreteniendo me con sus anécdotas.

Llegamos al local cerca de la estación, dejamos el vehículo a unos pocos metros de la entrada, el bajó con la cobija sobre sus hombros cuando ambos descendimos para entrar al restaurante.

El dueño del lugar, un hombre mayor quien junto a su familia pasó muchos años prestando servicios a los viajantes con sus exquisitos platos regionales nos atendió muy amablemente, luego de prestarle atención a mi hijo nos sentamos a comer.

La plática amena en el cálido ambiente llegó a su fin después de terminar la cena, teníamos un viaje que hacer y aún estábamos lejos del destino.

Mi hijo me pidió que lo esperara porque quería ir al baño por lo que yo aproveché para platicar un poco más con el dueño.

Pasados unos minutos mi hijo no regresaba, me despedí del señor y me dirigía al tráiler para esperarlo, pero me sorprendí al ver que él ya estaba arriba de la cabina cubierto con la cobija.

Imaginando que en verdad ya estaba muy cansado preferí no decirle nada puse en marcha el vehículo y retomamos el viaje.


LA COBIJA ROJA

Conduciendo en la carretera me di cuenta de los detalles mi hijo estaba apoyado en el asiento cubierto en su totalidad, pero el espacio que ocupaba la cobija no concordaba con el tamaño de su cuerpo, era como si fuera una persona más grande la que estaba allí.

Me resultó más llamativo todavía que estaba tan rígido que no podía ni siquiera distinguir los movimientos de su respiración.

Extrañado lo llamé por su nombre para despertarlo, pero él no me respondió, con mi mano toqué su hombro y al instante ese cuerpo se inclinó hasta caer apoyado en la puerta dejando al descubierto parte de su cabeza.

Sentía escalofríos al ver unos largos cabellos asomarse tímidamente detrás de la cobija, no, eso no era mi hijo.

El terror que sentí apenas me permitió maniobrar el tráiler para frenar unos metros más adelante.

Me bajé desesperado y me quedé alejado observando incrédulo ese cuerpo desconocido mientras me preguntaba si eso no era mi hijo donde estaba él.

La respuesta me llegó al instante el celular en mi bolsillo comenzó a sonar indicando me una llamada entrante de un número que yo no tenía agregado.

Al contestar me paralicé, era mi hijo quien estaba llamando desde el teléfono del restaurante donde habíamos estado minutos antes.

Él salió del baño y no me encontró, trastornado voltee a mirar al tráiler para observar que aquella cosa ya no estaba, tartamudeando le dije a mi hijo que me esperara dentro del local que ya mismo regresaría por él.

A pesar de que tardé un poco en tomar valor y subirme al tráiler nuevamente para regresar… llegué mudo al lugar y únicamente atiné a disculparme por mi imprudencia, a lo que él reaccionó con risas burlándose de la situación.

Mi estupor creció cuando lo vi subir sosteniendo la cobija en sus manos, la misma que segundos antes me había hecho sucumbir la razón.

Mientras manejaba mi evidente nerviosismo no pasó desapercibido para mi hijo, me pregunto qué pasaba y por qué estaba temblando tanto.

Lo tranquilicé diciendo que sólo fue el susto del momento vivido por haberlo olvidado.

Lejos de que el susto terminara allí algo macabro se presentó más adelante.

Justo cuando volvía a pasar por el mismo lugar donde aquella cosa estuvo a mi lado y desapareció, mi hijo dio un grito de advertencia, pero no pude evitar que fuéramos víctimas de un accidente en el que podríamos haber perdido la vida.

Simultáneamente a su grito esa cobija se apareció planeando en medio de la carretera en dirección a nosotros, como siendo empujada en el aire por un viento inexistente en esos instantes.

Cayó extendida en el parabrisas cubriendo toda la visión causando que yo perdiera el control y chocáramos contra unos árboles al costado del camino.

Recuperé la conciencia cubierto de vidrios quebrados.

Por instinto no sentí dolor alguno, me percaté de la herida en mi cabeza recién cuando saqué a mi hijo del vehículo, quien gracias a dios sólo recibió leves cortes.

 

¿QUÉ PASÓ?

Esta breve y tétrica odisea tiene una posible explicación, la leí en un periódico días después de haber pasado por ese tormento, el cuerpo descompuesto de una mujer fue hallado cerca del lugar donde nosotros tuvimos el accidente.

Al parecer se trataba de una mujer de la vida galante a quien un trailero levantó cerca del restaurante donde cenamos mi hijo y yo, eso sucedió una semana antes de que nosotros fuéramos a local.

Por motivos que se desconoce aquel hombre terminó quitándole la vida y ocultando el cuerpo al costado de la carretera, dejando la cubierta sólo con una cobija, exactamente era una cobija roja idéntica a la nuestra.

 

 

 

Fuentes:

Historiasdeterrorcortas.com

i1.wp.com

Edición final: V.D.M.