Es ese
olor… ese perfume añejo como el whisky, el que sacude mi alma entre las
sombras.
Son los
hermanos árboles… es el aire y su pureza, es la lejanía, el silencio, las
sílfides… un conjunto, una sinfonía completa, pero inconclusa sin mi presencia…
… son átomos
de misantropía ancestral.
… soy
yo…
… es
todo.
La
noche cae silente… puedo oír a los hermanos cantando su música.
Naturalia
no necesita especies destructivas.
Mi mođer
no quiere más dolor.
Las
salamandras bailan su vals… Mozart de fuego entre flamas.
Las sílfides
están aquí, soplando y resoplando en mis oídos, es un dulce susurro, una
ternura de ondas, alfas y betas… más tarde serán deltas mientras sube la luz…
en el espacio donde se lucha… en el vórtex donde todo puede suceder.
Limpio
mis alas con el vaho que humedece el pasto, los hermanos y el coirón… esa melosa
sustancia que da la vida.
El
silencio es sagrado. Aquí… en la lejanía… el silencio es oración del penitente,
del guerrero…
La oscuridad
no contiene en su núcleo lo que los hombres llaman… mal.
El mal está en el
interior del hombre. La noche no oculta monstruos… la vida crea monstruos.
Los
horrores están en el corazón de esa estúpida especie.
No
traigan a los bosques el destino viejo invisible.
Dejen
que las grandes urbes contengan y amparen lo mínimo, lo desechable.
Aquí,
cuando cae la noche… también aparecen los fantasmas, las brumas, los sinsabores…
la fuente salamándrica expía los pecados del mundo. Fija tus ojos en el baile…
y sigue buscando a Pétrea. Ella puede estar en cualquier parte, pero dentro de
ti.
Encontrarse
a uno mismo es hallar el tesoro más importante.
El
tiempo en este lugar, es tiempo ganado. No lo desperdicies.
… es…
esa fragancia…
... ese perfume…
que me llama a las tinieblas de Forestia.
Foto: Yarr Asathørn