AMANECER
Joseph se
levanta afligido, tal vez fue una pesadilla, una recurrente. Se sentó en la
cama, el sudor frío pegándole la camisa al cuerpo. La garganta seca, como si el
mismísimo infierno le hubiera arrebatado hasta la última gota de humedad. Se levantó,
tambaleándose, y caminó hacia la mesa. El vaso de agua, un simple objeto de
cristal, se convirtió en su salvación. Lo bebió con avidez, como si su vida
dependiera de ello. Camina hacia la ventana, la abre... afuera hay silencio,
los cielos de la ciudad son de un rojo profundo, como si la sangre de un
gigante se hubiera derramado sobre los cielos.
Se viste
raudo y sale de su hogar. Todo es desolación. El silencio, sin embargo, era
engañoso. Era el silencio de la muerte, el silencio que precede a la tormenta.
Gente muerta en las calles, otras hambrientas piden algo.
Joseph
llora... corre... La catedral principal, el corazón espiritual de la ciudad,
ardía en llamas, una pira funeraria que se elevaba hacia el cielo carmesí.
El aire,
antes fresco, ahora estaba cargado de un hedor nauseabundo, una mezcla de
putrefacción y miedo. Cuerpos inertes yacían en las aceras, rostros
petrificados en expresiones de terror. Otros, los pocos supervivientes, vagaban
como fantasmas, hambrientos, desesperados, buscando algo, cualquier cosa, que
les diera un atisbo de esperanza.
Joseph
lloró. Las lágrimas, calientes y amargas, surcaban sus mejillas. Corrió, sin
rumbo, impulsado por una fuerza desconocida, una necesidad visceral de escapar,
de entender, de sobrevivir.
El rojo del
cielo se refleja en los ojos húmedos de Joseph, una mezcla de horror y
confusión. Camina entre los cadáveres, sus pasos resuenan extrañamente en el
silencio aplastante. La ciudad, que antes debía vibrar con la vida de sus
habitantes, ahora respira solo el hedor a humo y a muerto.
Una mujer se
acerca a él, sus ojos brillan con hambre y desesperación. "¿Tienes algo?
¿Nada?", le suplica, sus dedos se aferran a su manga. Joseph se detiene,
sin saber qué decir, qué hacer. Su corazón late desbocado, una mezcla de pánico
y una extraña sensación de impotencia.
De repente,
un grito se eleva sobre el caos. Un niño, corriendo desesperado, es atrapado
por una llamarada. "¡Ayuda! ¡Necesito ayuda!", grita el niño, pero no
hay respuesta. Joseph corre hacia él, su mente se ahoga en un mar espeso de
estupefacción.
Al llegar al
niño, ve que está siendo consumido por las llamas. "¡No! ¡No!", grita
Joseph, pero es en vano. El niño es arrastrado por el fuego, su llanto se
mezcla con el silencio de la ciudad.
De pronto,
el aire vibró. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Joseph, un
presentimiento de horror que le heló la sangre. Algo se movía en las sombras,
algo que no pertenecía a este mundo. Demonios. Criaturas infernales, con garras
afiladas y ojos llameantes, emergieron de las alcantarillas, de los callejones
oscuros, de las grietas de la tierra. Caminaban, olfateando, como animales
hambrientos, buscando presas.
La gente
huyó, gritando, presa del pánico. Los demonios, con una ferocidad inhumana, se
abalanzaron sobre ellos, desgarrando carne y huesos, devorando con una
voracidad insaciable. La sangre, espesa y oscura, corría a raudales, tiñendo
las calles de un rojo aún más intenso.
Luego el
horror llegó cuando, en medio del caos, Joseph reconoció una figura. Era Jenny,
su vecina, una anciana amable que siempre le ofrecía galletas recién horneadas.
Pero Jenny no era Jenny. Sus ojos brillaban con una luz antinatural, sus
dientes eran afilados como cuchillos, y de su boca emanaba un hedor a azufre.
Jenny, ahora un demonio, se abalanzó sobre él, con una sonrisa sádica.
... Joseph
despierta. Bañado en sudor y golpeado por el miedo. Se sentó en la cama, el
sudor frío pegándole la polera al cuerpo. La garganta seca, como si el
mismísimo averno le hubiera arrebatado hasta la última gota de humedad. Se
levantó, tambaleándose, y caminó hacia la mesa. El vaso de agua seguía ahí. Lo
bebió con avidez, como si su vida dependiera de ello.
Camina hacia
la ventana, la abre... afuera la gente festeja feliz, los cielos de la ciudad
son de un azul profundo... la pesadilla había acabado.
Era otro
país.
Uno nuevo.
Uno que
acababa de nacer.
Ahora Joseph
respira tranquilo. Fue solo otra pesadilla.»
Historia original de: Jarl Asathørn.
Edición
final: Jarl Asathørn.


