OVNIS:
EL ATERRADOR TESTIMONIO DE UN EX TRABAJADOR FERROVIARIO
QUE FUE ABDUCIDO
CASO: LA ABDUCCIÓN DE CARLOS DÍAZ.
FECHA: 5 DE ENERO DE 1975.
Tenía
28 años en ese entonces. Era empleado de Ferrocarriles Argentinos y trabajaba
en el galpón de máquinas de Ingenieros White, en Bahía Blanca. Pero también
laburaba de vez en cuando con mi hermano, que trabajaba en la Base Aeronaval comandante Espora.
Yo
había ido temprano a armar las mesas y por eso me retiraba más temprano. Me fui
a las 3 de la mañana caminando solo hasta tomar el micro que me llevaba a
Ingeniero White, donde yo vivía.
Antes
de subir al micro, pasé por el diario 'La Nueva Provincia'. Ahí me compré el
diario que recién había salido para llegar a casa, tomar unos mates y leerlo.
Seguí camino a la parada que estaba a media cuadra, en la avenida Colón y
Estomba. Ahí tomé el micro que me llevaba a Ingeniero. Tomé el que salía a las
3 y media de la mañana y me bajé enfrente del galpón de máquinas a las 3:50,
sería más o menos. Crucé y me encontré con dos amigos que salían de trabajar
del galpón, uno de apellido Entraiga y el otro de apellido Miguel. Íbamos
conversando, charlando, «¿a qué hora va el partido?», ese tipo de
conversaciones.
De
pronto vimos una luz blanca, pero la dejamos pasar. Pensábamos que era un avión
o algo parecido. Esa luz de repente se acercó. Yo iba en el medio de los dos y
me «chupó» a mí solo. A los otros dos no.
A
ellos no les dio tiempo a nada. A mí tampoco. Se volvieron locos. Lo primero
que hicieron fue ir hasta mi casa y le golpearon la ventana a mi señora. Le
decían: «Mirta, Mirta, Mirta, a Carlitos lo llevó un plato volador».
A
mí este plato volador me abdujo, me chupó e ingresé por un cuadrado que,
después con el tiempo, me enseñaron a decir que se llama escotilla. Entré a una
esfera donde quedé de rodillas, porque no me podía parar. Era todo redondo. Y
adentro había tres seres de color verde y le faltaban las manos, no tenían
ojos, ni orejas, ni nariz, le faltaban los pies. Las piernas les llegaban hasta
los tobillos. Ellos no se apoyaban ni caminaban. Levitaban.
Ahí
me agarró una desesperación terrible, unas ganas de llorar, de gritar. Me oriné
encima del miedo. Los seres se me acercaban no sé con qué intención. Cada vez
que se me arrimaban se me caía el pelo por la energía que salía de ellos. Se
les pegaban pelos de mi cabeza, de mi cuerpo. Yo tenía pelo largo en ese
momento y me quedé lampiño. Cuando se me acercaban, intentaba alejarlos y eran
de un material parecido a la goma espuma. Eran esponjosos.
Al
cabo de unos 20 minutos, me dejaron en el patio de una familia. Me soltaron de
una manera muy especial porque no me lastimé ni nada. El patio quedaba al
frente de la Casa de la Moneda, en Retiro.
Desde
donde me levantaron hay más de 700 kilómetros, unas 8 horas de auto que hice en
cuestión de minutos.
En
el patio, hasta que no vino el dueño de la casa, yo no me desperté. El hombre
vio que estaba en el suelo y los dos perros estaban al lado mío. Le llamó la
atención que los perros no me toreaban ni me hacían nada, como que me estaban
cuidando. Después, con el tiempo, me enteré por unos científicos que era porque
yo tenía radiactividad en el cuerpo.
A
las horas, me internaron en el Hospital Ferroviario. Me prepararon una pieza y
todos los días me iban a ver los médicos. Me revisaban a ver qué tenía, qué no
tenía, cómo andaba.
Nunca
me enteré de los resultados de los exámenes ni me interesaba. Lo único que
quería era irme a mi casa. Estuve 17 días en el hospital. Me decían que tenía
que hacer cuarentena, pasar 40 días aislado por miedo a si había estado en
contacto con algún material radioactivo.
Después,
cuando volví a Bahía Blanca, me habían dicho que no fuera a trabajar, pero yo
le pedí al jefe de Ferrocarriles que me dejara. Yo quería seguir con mi vida
normal y no me lo permitían. Imagínate que yo no sabía ni qué significaba la
ufología antes de este hecho. El tema OVNI era totalmente ajeno a nosotros,
algo en lo que ni pensábamos en realidad.
Cuando
volví al trabajo, todos mis compañeros estaban al tanto de lo que me había
pasado.
Lógicamente,
había un revuelo de puta madre. Este episodio me cambió la vida por completo.
Los vecinos e incluso el periodismo de esa época no respetaban los horarios.
Iban y me tocaban la puerta a cualquier hora, a las 2 o 3 de la mañana. Venían
de otros países, de Chile, de Venezuela, a intentar hablar conmigo.
En
menos de 72 horas se había enterado todo el mundo. Yo no quería saber nada con
los medios.
Estuve
quince años viviendo escondido.
Con
mi señora nos pusimos de acuerdo sin hacer ningún escándalo. Yo fui para un
lado y ella fue para otro. Con el tiempo directamente nos separamos. Yo viví en
Mendoza, después me mudé a Neuquén y ahora estoy viviendo en Capilla del Monte,
Córdoba. Dejé de lado el rubro ferroviario. Me aboqué a la gastronomía y a la
hotelería. Hoy tengo un hostal acá. Sigo trabajando más allá de que estoy
jubilado.
Fuente:
ambito.com
Edición
final: V.D.M.