viernes, 20 de junio de 2025

El Bosque de la Discordia II [La Sombra de Cristián]

 


La alambrada oxidada chillaba bajo el peso de Víctor, quien la cortaba con tenazas. A su lado, Francisco jadeaba, limpiándose el sudor de la frente. Polonia, con su mochila cargada de equipos, observaba el cartel oxidado, clavado torpemente en una lenga carcomida, y que advertía con letras mortecinas: «PROHIBIDO EL PASO. ZONA DE ALTO RIESGO». Una advertencia, solo para los turistas.

Víctor lo ignoró, al igual que Francisco, Polonia y Jonathan.

 

La muerte de Javier y Viviana, meses atrás, en lo que ahora se conocía como el Bosque de la Discordia, había sido cubierta por un manto de silencio oficial. La leyenda del bosque maldito, susurrada en voz baja por los estancieros, se había intensificado. Pero Víctor necesitaba respuestas, necesitaba saber la verdad, sin importar el precio. Christian, su hermano, había desaparecido con ellos. Jonathan, el más hablador del grupo, registraba la escena con su cámara, buscando capturar la atmósfera de misterio y temor que emanaba del Bosque de la Discordia.

 

El primer día transcurrió sin incidentes, con una tensa calma. Montaron el campamento cerca de un riachuelo, al borde de un pequeño claro, sintiendo la mirada invisible del bosque sobre ellos, intentando ignorar la sensación constante de ser observados.

«¿Armamos solo una carpa o cada cual duerme en la suya?», pregunta Francisco. Polonia contesta angustiada que todos duerman en una, para estar más seguros.

 

El bosque era denso, opresivo, con árboles retorcidos que parecían garras aferrándose al cielo. El aire olía a tierra húmeda y a algo más, algo sutilmente metálico, como sangre oxidada. Con los años el bosque se había transformado en algo lúgubre, muy lejano a esos bosques que tantas veces recorrieron.

 

Víctor no podía sacudirse la sensación de que Christian estaba cerca, observándolos desde las sombras. Jonathan, era más escéptico, pero intentaba mantener el ánimo alto, contando chistes malos y asegurando que todo eran invenciones de la gente.

 

La segunda mañana amaneció con una niebla espesa, inusualmente densa y fría. Era como si el bosque estuviera respirando un aliento helado y espectral. La visibilidad se redujo a pocos metros, y un silencio sepulcral se apoderó del lugar. Polonia, la más miedosa del grupo, sentía un escalofrío constante en la nuca.

 

De pronto un grito ahogado escapó de los labios de Polonia.

 

Jonathan también gritó. «Allá…», señalaba con el dedo tembloroso hacia el interior de la niebla. Entre los árboles, un destello violeta se movía a una velocidad antinatural, zigzagueando entre los troncos como una chispa demoníaca. Desapareció tan rápido como había aparecido, dejando tras de sí una sensación de pánico palpable.

 

«¿Qué mierda fue eso?», preguntó Francisco, con voz temblorosa. Víctor no respondió. Su corazón latía con fuerza en su pecho, presagiando algo terrible. Intentó racionalizarlo: un rayo, un efecto óptico. Pero en lo más profundo de su ser, sabía que era algo mucho más siniestro.

Luego todo fue quietud, una tranquilidad frágil, solo olvidada por la comida hecha en la parrilla. Todos estaban tensos, pero la tarde se desvanece rápido.

 

Esa noche, el terror se materializó. Un crujido de ramas los despertó. Víctor encendió la linterna y la dirigió hacia la oscuridad. La niebla se había espesado aún más, casi palpable. Y entonces, lo vieron. Una figura oscura, amorfa, se movía entre los árboles, como una sombra viviente. Su forma era fluida, cambiante, pero lo que realmente heló la sangre de Víctor fue la voz que emanaba de ella.

«Christian, ¿eres tú?», gritó, con la esperanza de que su hermano estuviera vivo, perdido en el bosque. El silencio fue su única respuesta. Se interna solo en las fauces de la noche.

 

Regresó al campamento con el rostro pálido.

«No hay nada», dijo, intentando sonar convincente. Pero sus ojos lo delataban. Sabía que algo los estaba acechando, algo que lo conocía, algo que lo llamaba por su nombre. Al rato, un sonido de otra rama quebrándose, Víctor se interna en la oscuridad junto al resto del grupo y esta vez algo los aterra.

 

«Víctor... hermano, ¿eres tú?», susurró una sombra. La voz era inconfundible. Era la voz de Christian, su hermano. Pero era una voz hueca, distorsionada, como si saliera de las profundidades de una tumba.

Víctor, paralizado por el miedo y la incredulidad, no pudo responder. La sombra se acercó, cada vez más definida, hasta que pudieron distinguir vagamente rasgos humanos en su forma.

«Christian... ¿qué te ha pasado?», logró articular finalmente.


La sombra sonrió, una sonrisa grotesca y antinatural.

«He encontrado la verdad, Víctor. La verdad que este bosque guarda. Y ahora, tú y ellos también la conocerán».

 

La sombra se abalanzó sobre Francisco. Este gritó, un grito desgarrador que fue silenciado casi de inmediato. La sombra lo envolvía, lo absorbía, como si estuviera bebiendo su vida. Francisco convulsionó, sus ojos se inyectaron de sangre, y luego, quedó inmóvil, vacío.

 

Polonia intentó huir, pero la sombra se movió con una velocidad increíble, bloqueándole el paso. La miró con una intensidad que la paralizó.

 

«Tú sientes la energía, ¿verdad? La energía que fluye a través de este bosque... la energía que ahora me pertenece».

 

La sombra tocó a Polonia. Ella gimió, sintiendo un dolor insoportable que le recorría cada fibra de su ser. Sus ojos se llenaron de lágrimas de sangre mientras la sombra consumía su esencia. Cayó al suelo, vacía, como una marioneta rota.

 

Jonathan, presa del pánico, intentó atacar a la sombra con un hacha. Pero la sombra se desvaneció, volviendo a ser una figura amorfa que se movía a través de la niebla. Lo acosó, lo atormentó, jugando con él como un gato con un ratón. Finalmente, lo atrapó, y repitió el mismo proceso macabro: absorbiendo su vida, dejando tras de sí un cuerpo vacío y ensangrentado.

 

Ahora solo quedaba Víctor. La sombra, ahora mucho más definida, se acercó a él. La voz de Christian era más fuerte, más segura, más malévola.

 

«No te resistas, Víctor, hermano. Únete a mí. Juntos, podemos ser poderosos».

 

Víctor, a pesar del terror, sintió una profunda tristeza. La sombra que tenía delante era su hermano, pero ya no era Christian. Era algo más, algo oscuro y corrupto que había usurpado su forma.

 

«Nunca... nunca me uniré a ti», susurró con voz temblorosa y con los ojos llenos de lágrimas.

 

La sombra lo atacó sin misericordia. Víctor luchó con todas sus fuerzas, pero era inútil. La sombra era demasiado fuerte, demasiado poderosa. Sintió el mismo dolor que sus amigos, el mismo vacío, la misma sensación de ser consumido por una fuerza maligna. Sus ojos se llenaron de sangre, y luego, todo se oscureció.

 

Con la muerte de Víctor, la sombra se transformó por completo. Su forma se solidificó, tomando la apariencia exacta de Christian. Pero sus ojos, antes llenos de bondad, ahora brillaban con una luz violeta, una luz de pura maldad.

 

Christian, o lo que ahora ocupaba su cuerpo, sonrió. Había absorbido la esencia de sus víctimas, su fuerza vital, su energía. Era poderoso, invencible. Había encontrado una forma de trascender la muerte, de renacer en este mundo. Había consumido la esencia de sus hermanos y amigos, fortaleciéndose con su miedo y su dolor. Ahora, era imparable. Tenía una vida nueva por delante, una vida llena de poder y destrucción.

 

La niebla comenzó a disiparse, revelando el claro bañado por la luz de la luna. Christian se alejó del campamento, internándose en el bosque. Su destino era el mundo exterior, el mundo de los vivos. Llevaba consigo el poder del Bosque de la Discordia, el poder de la muerte y la corrupción.

 

En el claro, yacían los cuerpos vacíos, hechos de cenizas, de Víctor, Francisco, Polonia y Jonathan. Sus ojos, llenos de sangre seca, miraban al cielo, mudos testigos del horror que habían presenciado. El Bosque de la Discordia había reclamado nuevas víctimas, y la sombra de Christian se cernía sobre la humanidad, lista para desatar su maldad.

 

Abandonó el campamento, dejando atrás los cuerpos sin vida de sus víctimas. Mientras caminaba por el sendero, la niebla se extendía a su alrededor, cubriendo el bosque de la Discordia con su manto oscuro.

 

Al llegar a la carretera, Christian hizo autostop. Un camionero se detuvo para recogerlo. El pasajero de las sombras sonrió, mostrando una sonrisa malévola e inquietante.

 

«¿A dónde vas amigo?», preguntó el camionero.

 

«A Punta Arenas», respondió Christian. «Tengo una nueva vida que empezar».

 

Mientras el camión se alejaba del bosque, la ciudad de Punta Arenas se cubría de niebla. Una niebla espesa y lechosa, impregnada de un olor a azufre y cenizas. El Estrecho de Magallanes se movía furioso mientras la niebla se asentaba sobre su piel helada.

La oscuridad de otro mundo había llegado.

 

Christian, ahora libre y poderoso, se mezcló entre las sombras y el silencio, un depredador disfrazado de humano. Nadie sospecharía jamás del mal que se ocultaba tras esa sonrisa amable, tras esos ojos que alguna vez fueron el reflejo de la bondad.

 

La gente en sus casas, en los lugares de diversión nocturna y aquellos que deambulaban por la madrugada comenzaron a sentir una extraña inquietud, una sensación de temor inexplicable. Algunos escucharon voces susurrando sus nombres, llamándolos desde las sombras. Otros vieron figuras oscuras acechando en los callejones y esquinas... parques y plazas.

 

Esta entidad antihumana, caminaba por las calles de Punta Arenas, observando a sus futuras víctimas. La ciudad, envuelta en la niebla, se preparaba para recibir la Discordia y el horror que una entidad extradimensional había traído a este rincón apartado del mundo.

 

El Bosque de la Discordia había extendido sus garras, y nadie estaba a salvo.

 

El Bosque de la Discordia había enviado a su emisario, y la oscuridad envuelta en un manto de niebla se extendía silenciosamente sobre el mundo.

 

 

Escrito por: CristIAn Pablo Totievaseb.

Basado en una idea de: Jarl Asathørn.

Portada creada por: Artem Gordienko. (Para la banda Nether)

Portada editada para este cuento: Jarl Asathørn.

Los personajes son reales y el Bosque de la Discordia también.

La historia es ficticia. La luz violeta fue real, pero fue vista en el ex Parque Japonés, todo esto en la ciudad de Punta Arenas, Chile.