La alambrada oxidada
chillaba bajo el peso de Víctor, quien la cortaba con tenazas. A su lado,
Francisco jadeaba, limpiándose el sudor de la frente. Polonia, con su mochila
cargada de equipos, observaba el cartel oxidado, clavado torpemente en una
lenga carcomida, y que advertía con letras mortecinas: «PROHIBIDO EL PASO. ZONA
DE ALTO RIESGO». Una advertencia, solo para los turistas.
Víctor lo ignoró, al
igual que Francisco, Polonia y Jonathan.
La muerte de Javier y
Viviana, meses atrás, en lo que ahora se conocía como el Bosque de la
Discordia, había sido cubierta por un manto de silencio oficial. La leyenda del
bosque maldito, susurrada en voz baja por los estancieros, se había
intensificado. Pero Víctor necesitaba respuestas, necesitaba saber la verdad, sin
importar el precio. Christian, su hermano, había desaparecido con ellos.
Jonathan, el más hablador del grupo, registraba la escena con su cámara,
buscando capturar la atmósfera de misterio y temor que emanaba del Bosque de la
Discordia.
El primer día transcurrió
sin incidentes, con una tensa calma. Montaron el campamento cerca de un
riachuelo, al borde de un pequeño claro, sintiendo la mirada invisible del
bosque sobre ellos, intentando ignorar la sensación constante de ser
observados.
—«¿Armamos solo una carpa o cada cual duerme en la suya?», pregunta
Francisco. Polonia contesta angustiada que todos duerman en una, para estar más
seguros.
El bosque era denso,
opresivo, con árboles retorcidos que parecían garras aferrándose al cielo. El
aire olía a tierra húmeda y a algo más, algo sutilmente metálico, como sangre
oxidada. Con los años el bosque se había transformado en algo lúgubre, muy lejano
a esos bosques que tantas veces recorrieron.
Víctor no podía sacudirse
la sensación de que Christian estaba cerca, observándolos desde las sombras.
Jonathan, era más escéptico, pero intentaba mantener el ánimo alto, contando
chistes malos y asegurando que todo eran invenciones de la gente.
La segunda mañana
amaneció con una niebla espesa, inusualmente densa y fría. Era como si el
bosque estuviera respirando un aliento helado y espectral. La visibilidad se
redujo a pocos metros, y un silencio sepulcral se apoderó del lugar. Polonia,
la más miedosa del grupo, sentía un escalofrío constante en la nuca.
De pronto un grito
ahogado escapó de los labios de Polonia.
Jonathan también gritó. «Allá…», señalaba con el dedo tembloroso
hacia el interior de la niebla. Entre los árboles, un destello violeta se movía
a una velocidad antinatural, zigzagueando entre los troncos como una chispa
demoníaca. Desapareció tan rápido como había aparecido, dejando tras de sí una
sensación de pánico palpable.
—«¿Qué mierda fue eso?», preguntó Francisco, con voz temblorosa. Víctor no
respondió. Su corazón latía con fuerza en su pecho, presagiando algo terrible.
Intentó racionalizarlo: un rayo, un efecto óptico. Pero en lo más profundo de
su ser, sabía que era algo mucho más siniestro.
Luego todo fue quietud,
una tranquilidad frágil, solo olvidada por la comida hecha en la parrilla.
Todos estaban tensos, pero la tarde se desvanece rápido.
Esa noche, el terror se
materializó. Un crujido de ramas los despertó. Víctor encendió la linterna y la
dirigió hacia la oscuridad. La niebla se había espesado aún más, casi palpable.
Y entonces, lo vieron. Una figura oscura, amorfa, se movía entre los árboles,
como una sombra viviente. Su forma era fluida, cambiante, pero lo que realmente
heló la sangre de Víctor fue la voz que emanaba de ella.
—«Christian, ¿eres tú?», gritó, con la esperanza de que su hermano
estuviera vivo, perdido en el bosque. El silencio fue su única respuesta. Se
interna solo en las fauces de la noche.
Regresó al campamento con
el rostro pálido.
—«No hay nada», dijo, intentando sonar convincente. Pero sus ojos lo
delataban. Sabía que algo los estaba acechando, algo que lo conocía, algo que
lo llamaba por su nombre. Al rato, un sonido de otra rama quebrándose, Víctor
se interna en la oscuridad junto al resto del grupo y esta vez algo los aterra.
—«Víctor... hermano, ¿eres tú?», susurró una sombra. La voz era
inconfundible. Era la voz de Christian, su hermano. Pero era una voz hueca,
distorsionada, como si saliera de las profundidades de una tumba.
Víctor, paralizado por el
miedo y la incredulidad, no pudo responder. La sombra se acercó, cada vez más
definida, hasta que pudieron distinguir vagamente rasgos humanos en su forma.
—«Christian... ¿qué te ha pasado?», logró articular finalmente.
La sombra sonrió, una
sonrisa grotesca y antinatural.
—«He encontrado la verdad, Víctor. La verdad que este bosque guarda. Y
ahora, tú y ellos también la conocerán».
La sombra se abalanzó
sobre Francisco. Este gritó, un grito desgarrador que fue silenciado casi de
inmediato. La sombra lo envolvía, lo absorbía, como si estuviera bebiendo su
vida. Francisco convulsionó, sus ojos se inyectaron de sangre, y luego, quedó
inmóvil, vacío.
Polonia intentó huir,
pero la sombra se movió con una velocidad increíble, bloqueándole el paso. La
miró con una intensidad que la paralizó.
—«Tú sientes la energía, ¿verdad? La energía que fluye a través de este
bosque... la energía que ahora me pertenece».
La sombra tocó a Polonia.
Ella gimió, sintiendo un dolor insoportable que le recorría cada fibra de su
ser. Sus ojos se llenaron de lágrimas de sangre mientras la sombra consumía su
esencia. Cayó al suelo, vacía, como una marioneta rota.
Jonathan, presa del
pánico, intentó atacar a la sombra con un hacha. Pero la sombra se desvaneció,
volviendo a ser una figura amorfa que se movía a través de la niebla. Lo acosó,
lo atormentó, jugando con él como un gato con un ratón. Finalmente, lo atrapó,
y repitió el mismo proceso macabro: absorbiendo su vida, dejando tras de sí un cuerpo
vacío y ensangrentado.
Ahora solo quedaba
Víctor. La sombra, ahora mucho más definida, se acercó a él. La voz de Christian
era más fuerte, más segura, más malévola.
—«No te resistas, Víctor, hermano. Únete a mí. Juntos, podemos ser
poderosos».
Víctor, a pesar del
terror, sintió una profunda tristeza. La sombra que tenía delante era su
hermano, pero ya no era Christian. Era algo más, algo oscuro y corrupto que
había usurpado su forma.
—«Nunca... nunca me uniré a ti», susurró con voz temblorosa y con los
ojos llenos de lágrimas.
La sombra lo atacó sin
misericordia. Víctor luchó con todas sus fuerzas, pero era inútil. La sombra
era demasiado fuerte, demasiado poderosa. Sintió el mismo dolor que sus amigos,
el mismo vacío, la misma sensación de ser consumido por una fuerza maligna. Sus
ojos se llenaron de sangre, y luego, todo se oscureció.
Con la muerte de Víctor,
la sombra se transformó por completo. Su forma se solidificó, tomando la
apariencia exacta de Christian. Pero sus ojos, antes llenos de bondad, ahora
brillaban con una luz violeta, una luz de pura maldad.
Christian, o lo que ahora
ocupaba su cuerpo, sonrió. Había absorbido la esencia de sus víctimas, su
fuerza vital, su energía. Era poderoso, invencible. Había encontrado una forma
de trascender la muerte, de renacer en este mundo. Había consumido la esencia
de sus hermanos y amigos, fortaleciéndose con su miedo y su dolor. Ahora, era
imparable. Tenía una vida nueva por delante, una vida llena de poder y
destrucción.
La niebla comenzó a
disiparse, revelando el claro bañado por la luz de la luna. Christian se alejó
del campamento, internándose en el bosque. Su destino era el mundo exterior, el
mundo de los vivos. Llevaba consigo el poder del Bosque de la Discordia, el
poder de la muerte y la corrupción.
En el claro, yacían los
cuerpos vacíos, hechos de cenizas, de Víctor, Francisco, Polonia y Jonathan.
Sus ojos, llenos de sangre seca, miraban al cielo, mudos testigos del horror
que habían presenciado. El Bosque de la Discordia había reclamado nuevas
víctimas, y la sombra de Christian se cernía sobre la humanidad, lista para
desatar su maldad.
Abandonó el campamento,
dejando atrás los cuerpos sin vida de sus víctimas. Mientras caminaba por el
sendero, la niebla se extendía a su alrededor, cubriendo el bosque de la
Discordia con su manto oscuro.
Al llegar a la carretera,
Christian hizo autostop. Un camionero se detuvo para recogerlo. El pasajero de las sombras sonrió,
mostrando una sonrisa malévola e inquietante.
—«¿A dónde vas amigo?», preguntó el camionero.
—«A Punta Arenas», respondió Christian. «Tengo una nueva vida que empezar».
Mientras el camión se
alejaba del bosque, la ciudad de Punta Arenas se cubría de niebla. Una niebla
espesa y lechosa, impregnada de un olor a azufre y cenizas. El Estrecho de
Magallanes se movía furioso mientras la niebla se asentaba sobre su piel
helada.
La oscuridad de otro
mundo había llegado.
Christian, ahora libre y
poderoso, se mezcló entre las sombras y el silencio, un depredador disfrazado
de humano. Nadie sospecharía jamás del mal que se ocultaba tras esa sonrisa
amable, tras esos ojos que alguna vez fueron el reflejo de la bondad.
La gente en sus casas, en
los lugares de diversión nocturna y aquellos que deambulaban por la madrugada
comenzaron a sentir una extraña inquietud, una sensación de temor inexplicable.
Algunos escucharon voces susurrando sus nombres, llamándolos desde las sombras.
Otros vieron figuras oscuras acechando en los callejones y esquinas... parques
y plazas.
Esta entidad antihumana, caminaba por
las calles de Punta Arenas, observando a sus futuras víctimas. La ciudad,
envuelta en la niebla, se preparaba para recibir la Discordia y el horror que
una entidad extradimensional había traído a este rincón apartado del mundo.
El Bosque de la Discordia
había extendido sus garras, y nadie estaba a salvo.
El Bosque de la Discordia
había enviado a su emisario, y la oscuridad envuelta en un manto de niebla se
extendía silenciosamente sobre el mundo.
Escrito por: CristIAn
Pablo Totievaseb.
Basado en una idea de:
Jarl Asathørn.
Portada creada por: Artem
Gordienko. (Para la banda Nether)
Portada editada para este
cuento: Jarl Asathørn.
Los personajes son reales
y el Bosque de la Discordia también.
La historia es ficticia.
La luz violeta fue real, pero fue vista en el ex Parque Japonés, todo esto en
la ciudad de Punta Arenas, Chile.