RELATOS
NAVIDEÑOS DE TERROR
EL
REGALO ROJO
—Veamos,
hábleme de ese regalo.
—Pues…
lo encontré en la puerta de mi casa, al llegar del trabajo. Como quedaban unos
días para Navidad, supuse que alguien me lo envió. Se trataba de un hermoso
paquete de regalo rojo sin tarjeta ni remitente. Me atrajo irremediablemente el
papel brillante que lo envolvía y su hermoso lazo escarlata. Era como si
alguien lo hubiese preparado con mucha dedicación.
—Ahá.
—Lo
cogí y entré en casa. Lo dejé sobre la mesa del salón y enseguida sentí cómo
crecía en mi interior un incontrolable afán, casi hipnótico, por abrir esa
condenada caja. No obstante, pensé que ya quedaba poco para Navidad y se
suponía que no debía ser abierto hasta ese día. Me dirigí hacia la cocina.
Tenía hambre.
Tomé
una manzana y volví al salón. Pero mi mano se abrió por sí sola para dejarla
caer, pues en cuanto entré en la estancia vi que el paquete bermellón se
encontraba en otro sitio. Sobre el sofá.
—¿Y
puede decirme con seguridad que no lo dejó ahí en lugar de en la mesa?
—Eso
mismo pensé yo al principio. Dudé… cogí el paquete y volví a colocarlo en la
mesa. Después me agaché para recoger la fruta, apartando la vista del paquete y
cuando me incorporé, enorme fue mi sorpresa al encontrar el regalo granate de
nuevo en otro lugar. Estaba sobre uno de los muebles. Aquello me inquietó. Así
que tomé el paquete, lo dejé fuera, donde lo había encontrado, y cerré la
puerta con llave.
—¿Entonces
no era para usted?
—No
lo sé, ya le he dicho que no llevaba ninguna tarjeta.
—Está
bien. Continúe.
—Durante
el resto de la tarde me olvidé y me fui a la cama temprano. Vi la tele durante
un rato, cambié de canal. Todos estaban repletos de anuncios en los que Papá
Noel se surtía de regalos en los grandes almacenes. Finalmente, me dormí.
Aunque fuera una hora temprana de un viernes por la noche. Durante la madrugada,
desperté, encendí la luz de la mesilla y me dirigí hacia el baño. Después
regresé a la cama, ¡pero todo el sueño que tenía se desvaneció súbitamente
cuando encontré el maldito paquete de regalo carmesí sobre las sábanas!
Enseguida fui hacia la puerta de mi casa y comprobé si estaba cerrada. Lo
estaba. Emprendí la marcha entonces hasta el dormitorio y, al llegar al salón,
encontré el paquete sobre la mesa. Sentí una mezcla de furia y temor. Arrojé el
condenado regalo por la ventana, pero no sirvió de nada, tras dormir un par de
horas, volví a encontrarlo en el salón, esta vez bajo la mesa. Sé que parece
una locura, pero le aseguro que todo lo que digo es cierto.
—¿Ha
sufrido más estrés de lo habitual últimamente?
—No.
No se trata de eso.
—¿Ha
ingerido algún tipo de sustancia?
—¡¿Qué?!
¿De verdad me está haciendo esa pregunta?
—Conteste,
por favor.
—No,
no lo he hecho.
—Entonces,
¿cómo explica todo esto que me está contando?
—No
lo sé. No tengo ni la menor idea.
—Está
bien, esto es lo que haremos…
—Espere,
aún no he terminado. Hay más.
—Pues
cuénteme.
—Traté
de deshacerme varias veces del regalo rojo, pero vuelve a mí. No importa lo que
haga. Me desesperé y lo abrí. ¡Porque estaba perdiendo el control! Pensé que
eso era lo que quería: que lo abriera. ¡Es un regalo! ¿No es eso lo que se
supone que hay que hacer con ellos?
—Sí.
—Pues
lo abrí, eso hice.
—¿Y
qué ocurrió?
—Vi
su interior. Había un enorme vacío. Una oscuridad aterradora. Era como si la
caja no tuviese fondo, como si me asomara a un mundo de tinieblas. Y desde
entonces… desde que lo abrí… cada noche tengo la misma pesadilla…
—¿Qué
pesadilla?
—Me
rodean cuatro paredes rojas… No hay puertas ni ventanas. Miro hacia arriba y
veo que donde debería haber un techo no hay nada, sino una tapa enorme, medio
abierta. Para mi temor deduzco que estoy dentro del regalo…
—¿Dentro
del regalo?
—Y
cada noche, esa tapa está más cerrada y el interior más oscuro. Tengo miedo de
que termine cerrándose conmigo dentro.
—¿Cree
que es eso lo que ocurrirá?
—¡Sí!
Creo que una noche terminará por cerrarse… Lo creo…
—No,
no lo crea.
—Claro
que lo creo. ¡Eso es lo que terminará pasando!
—Por
supuesto, por eso digo que no lo crea. No debe creerlo, puede estar seguro de
ello.
—¿Cómo
dice?
—Pues
que eso es lo que ocurrirá. Que el regalo se cerrará. Tiene usted toda la
razón.
—¿Qué?
—Y
esa es mi parte favorita —sonrió y señaló hacia el techo.
—Pero…
¿qué…? —Mientras la inquietud le oprimía el pecho miró hacia arriba. De
repente, el techo era la tapadera del regalo. Las paredes se volvieron del
color de la sangre.
—Ya
se cierra —reía.
—¡No!
¡No! Un momento… ¡Espere! ¡No! —gritaba mientras se sellaba el techo y todo se
sumía en la más absoluta oscuridad.
—Le
doy la bienvenida a su nuevo hogar.
—¡¿Qué?!
¿Pero qué está diciendo? ¿Dónde estoy? ¿Estamos dentro del regalo? ¿Qué está
pasando?
—No
se preocupe, tendrá mucho tiempo para comprenderlo… Ah, por cierto. ¡Ya es el
día! ¡Feliz
Navidad!
FIN
Fuente:
auxilili.blogspot.com
Edición
final: V.D.M.