El Disfraz
(Ariel Darkness)
Ese día era el esperado.
Cuando anocheciera, acompañaría a su hermano a pedir golosinas en su primer
Halloween. Por supuesto, él no lo sabía, nunca sabía nada.
Hacía dos años sus padres,
Tomás y Rosana, habían recibido la desagradable noticia instantes después de su
nacimiento, la noticia que ningún padre quiere escuchar. Su segundo hijo,
Gabriel, sufría de síndrome de Down.
Fue un golpe duro, muy duro
para un matrimonio joven como eran los Domóras. La tristeza los acosaba cada
vez que pensaban en la vida del muchacho, en las escasas posibilidades que el
futuro le depararía, en el aislamiento que tarde o temprano sentiría. Mas se
empeñaron en hacerlo feliz todo el tiempo que pudiesen. Además de los padres,
David, su hermano mayor, pasaba muchas horas al día junto a él. Le jugaba, le
peleaba, lo hacía reír a carcajadas. Los padres trabajaban muchas horas al día
y sus ingresos no permitían costearse una niñera. Pero él era un excelente
hijo, a pesar que solo tenía 6 años, y sus padres estaban orgullosos de él.
Ninguna niñera podría llegar a hacer por el desafortunado lo que él, con su escasa experiencia,
había logrado.
Además, estaba la atención. A
Gabriel siempre alguien estaba atendiéndolo, jugando con él, mientras que David
siempre tuvo que apañárselas solo.
Su etapa de malcriado había
sido superada a los tres años y medio cuando su padre le contó que iba a tener
un hermanito con quien jugar. Esto no había sido así (ningún juguete sobrevivía a las manos de Gabriel), mas David nunca se
había enojado. Su madre le había dicho que había que tener paciencia y eso a él
le sobraba.
Pero era difícil convivir con
Gabriel. Había que estar pendiente de que no se llevara nada peligroso a la
boca, que no rompiera nada, que no metiera los dedos en el tomacorriente. Los
recaudos no eran pocos (prácticamente no
había cosas frágiles, manteles ni adornos al alcance de la criatura), pero
había algunos adornos mínimos, resultado de una acalorada discusión entre la
madre y el padre. Al final, el “no podemos sacrificar todo” de la madre le ganó
al puede ser peligroso del padre”.
Dos semanas atrás, su madre
había tenido su primera crisis nerviosa al ver destrozada una fotografía de su
casamiento. Gabriel había transformado la instantánea en papel picado y lo
tiraba alegremente sobre su cabeza.
Casos así había a montones,
casi todos los días, mas este afectó fuertemente a la madre.
- Ya no aguanto más, no
aguanto más nada. – Luego del hallazgo de la fotografía rota, Rosana le gritaba
a Tomás en la habitación que ambos compartían. - Hoy rompió la foto de nuestro
casamiento, y si no comenzamos a ponerle un freno va a terminar destruyendo lo
poco que queda en esta casa.
- ¿No comprendes que no te
entiende? Su inteligencia es demasiado limitada para comprender lo que
significaba la fotografía. Él no sabe que hizo algo malo, y tampoco lo va a
saber por mucho tiempo. El médico nos dijo que nos va a costar adaptarnos, pero
debemos hacerlo.
- Ya estoy harta de que su
inteligencia no le permita comprender nada de nada.
- ¿¡Cómo puedes decir eso!?
¡ES NUESTRO HIJO! – Tomás ya estaba furioso con su mujer, mientras esta
derramaba copiosas lágrimas por sus mejillas.
- Perdóname, pero a veces
deseo que no estuviese con nosotros. Todo es tan difícil. Ya me cuesta
demasiado criar a David, a veces creo que lo descuido demasiado, y solo tiene
seis años. Mis vecinas y amigas ya no me visitan, ni siquiera me llaman por
teléfono, es como si el hecho que tenga un hijo mogólico les infundiera miedo.
Y sí, dije un hijo mogólico. Lo menos que podrías hacer es aceptar la verdad.
Tenemos un hijo que es retrasado mental.
Al oír esto la mano del
marido se transformó en un puño y golpeó violentamente el rostro de su mujer,
que cayó al suelo como una muñeca de trapo. La rapidez y la sorpresa no dejaron
lugar a más lágrimas, sino a perplejidad. Rosana abrió dos veces la boca para
decir algo, pero finalmente lanzó una peligrosa carcajada y salió corriendo hacia el baño, mientras
el padre clavaba la mirada en su puño, como preguntándole a este como podía
haber hecho eso. Lo que ninguno de los adultos vio fue a David espiando desde el pasillo. Por
supuesto, él no dijo absolutamente nada.
Esto había tenido lugar dos
semanas atrás y desde entonces las cosas aparentaban haberse calmado. Gabriel
no había roto nada más, David lo llevaba a pasear todos los días a la plaza y
lo dejaba jugar con sus lápices mientras él hacía los deberes escolares. Tomás
y Rosana habían accedido al pedido de David de llevar a su hermano con él la
noche de Halloween, cuando todos los niños del pueblo salieran disfrazados a
pedir golosinas. Lo único complicado había sido encontrar un disfraz para
Gabriel, ya que todos lo asustaban y hacían llorar. Cuando la empleada del
local de disfraces le mostró una máscara de Bart Simpson y el niño sonrió, el
problema más difícil de esas dos semanas quedó resuelto.
Ahora eran casi las ocho de
la noche, y el padre hacía morir de risa a Gabriel con expresiones exageradas
de susto cada vez que este se ponía la máscara. David estaba en su habitación
armando su disfraz (la máscara de “Jason”
de “Friday the 13”, junto con un hacha lo conformaban). Y ya disfrazado fue
a mostrarles a sus padres como pensaba “intimidar” a los vecinos para recibir
los dulces.
- Está estupendo, David,
aunque le falta algo para parecer real. ¡Ya sé! Ponle un poco de salsa de
tomate, para que parezca sangre, y ya eres un asesino de película. – Le dijo el
padre apenas lo vio, mientras la madre lo felicitaba desde la cocina sin levantar
la vista del estofado.
- Quizás tengas razón. ¿Me
acompañas, Gabriel? – Contestó David, Gabriel se levantó y siguió a su hermano
escaleras arriba, mientras Tomás le comentaba a Rosana cuan serio era su hijo
mayor. Lo imaginó médico en un par de años, un gran cirujano. Esbozó una
sonrisa para sí mismo al cruzar esta idea por su cabeza.
Cinco minutos después David
llamó a sus padres para que vean el trabajo terminado. Cuando el padre vio el
enchastre de salsa en el piso de la habitación de David abrió la boca para
regañarlo, mas su mente no le dejó emitir sonido alguno. La salsa de tomate era
demasiado morada para ser salsa, era demasiado pegajosa y era demasiada. Con el
corazón desbocado en su pecho levantó la vista para ver a su hijo mayor
disfrazado, manchado de sangre real desde la máscara hasta los pies, mientras
sostenía la cabeza cercenada de Gabriel en su mano derecha. Con la seria mirada de siempre,
miró a su madre que acababa de subir las escaleras y contemplaba el macabro
espectáculo desde las espaldas de su marido, y le habló.
- No te preocupes, mami.
Gabriel ya no va a romper más fotos, y entonces papi no volverá a pegarte.
Afuera, en la puerta de la
casa, un niño disfrazado de policía golpeaba la puerta y esperaba las golosinas
caseras de Rosana.