domingo, 24 de noviembre de 2019

Un cuento de otra dimensión


Entre gaitas, whiskys y tréboles

La vida de Dazz McDrinker/Ciudad: Murphy’s City/Año: 2106/Sudamérica: Región de la Patagonia Libre, Chile.
Capitulo demo ‘EL BAR, MI HOGAR’


Caminé toda la tarde buscando un libro viejo que apareció en un sueño. Estaba cansado y con hambre. Las librerías estaban abarrotadas de libros aburridos, pero de aquel bendito libro onírico que me obsesionaba… ni rastros de su existencia. La tarde era gris, las calles estaban casi vacías… y digo casi porque de pronto alguien toca mi hombro izquierdo… era Mc Caine, un viejo camarada de armas, nos saludamos en un abrazo y nos dirigimos al bar irlandés de la calle Wild Rover. 

Ese bar era de un amigo llamado Anders, un sueco que había llegado en el año 2057. Nos sentamos en el rincón ‘irish’ del local, donde se juntaban ex soldados a contar historias de guerra. En una mesa estaban los ‘7 Aka-psychos’, veteranos que habían estado en el desembarco a Cochrane… se juntaban todos los viernes a beber whisky, a fumar unos puros y a relatar historias de viejos amores perdidos en el recuerdo.

Mc Caine se desliga de su viejo abrigo negro y se acomoda suavemente en el sillón verde que usaban los ‘gaiteros’, otro grupo de viejos sobrevivientes e inmigrantes de escocia e Irlanda, pero que esta vez no se encontraba en la ciudad porque andaban de pesca en su barco llamado graciosamente ‘Las tetas de la sirena desdentada’.

La tarde se arrastraba entre copas cuando ingresa al bar una mujer hermosa, de cabellos rojos, caderas anchas y unos pechos lecheros que recordaban lo mejor de nuestra niñez. Su nombre: Miranda Wright, una inglesa treintona separada, cantante, sin hijos, y ardiente como una brasa del infierno. Yo la conocía bien… antes de ir a la guerra tuvimos un encuentro en el viejo hotel de la calle Queensberry, cerca de Mully’s Park. Desde ese entonces éramos amigos, y nos revolcábamos una vez al mes para sacarnos la tensión de la ciudad, ella amaba con pasión y sin tapujos, era una amante excepcional, me simpatizaba, y la quería bastante, era mi mejor amiga desde entonces y también mi confidente. Pero todo en el anonimato.

La hora avanzaba y aparecen los muchachos de la banda local ‘The Royal Assholes’… no pasó mucho tiempo para escuchar su música alegre que iluminó el bar y el whisky corrió a raudales… cerca de la medianoche se abren las puertas y aparece el policía corrupto de la ciudad: Martin Cook… un tremendo hijo de puta que se vendía a la mafia por un poco de atención, me gusta decirle “Cock” mientras me agarro el bulto… “Cock” aparecía una vez al mes para cobrar su tajada del bar, a Anders no le hacía nada de gracia que este poli carroñero apareciera como si fuera el dueño recaudando “su dinero”, pero era la única forma de mantener lejos a los mafiosos del ‘circulo negro’.

Llegué a mi departamento casi a la rastra, las cervezas y el whisky me habían destrozado el cráneo y lo único que recuerdo vívidamente es una vomitada en la calle 5, a tres cuadras de mi edificio.

09.34 a.m.
Mientras bebo mi café recuerdo una leve conversación con un cliente habitual de fin de semana de nuestro bar, (Bar que por cierto tiene el nombre más irlandés que se le puede poner a un local que pretende mantener los recuerdos de la tierra de nuestros ancestros: ‘El Trébol de Dublin’.)
El tipo se me acerca mientras yo estaba en la barra y me invita una pinta de birra negra:

*Hola amigo… mi nombre es Declan O’Craven… te invito una pinta, de lo que quieras.

*Hola… me llamo Dazz McDrinker… y acepto tu pinta.

*Siempre te veo los viernes de cada mes-- sentado en ese sillón, como si estuvieras esperando a alguien que nunca llega.

*Así es mi amigo-- espero a mi hermano… durante la guerra prometimos que si ambos estábamos vivos-- nos reencontraríamos en este bar… para emborracharnos hasta olvidar toda esa puta guerra, para olvidar los rostros de los camaradas, para borrar la mierda que nos regalaron esos hijos de puta que no aprendieron nada de las 2 guerras anteriores.

*Un hermano es una buena razón para esperar toda la vida… ¡Salud por tu hermano!

*¡Salud!

Esas pocas palabras que cruzamos con O’Craven me destrozaron… “Un hermano es una buena razón para esperar toda la vida” … y aquí sigo esperando, desde este sucio y apestoso edificio… mirando el amanecer antes de ir a la fábrica.

Al salir de mi apartamento me encontré con la vieja del 18, era una anciana repulsiva que repartía “comidillo” por todo el edificio, siempre intento evitarla para no tener que ponerle mis bototos en su demacrado rostro.

*Buenos días Señor McDrinker… buenos días ¿Cómo se siente después de su noche de farra?

*Me siento bien. Ahora que la veo a usted me siento como la mierda ¿Por qué no se mete en su puta vida y me deja tranquilo? ¿Y sabe qué más? ¡No me dirija más la palabra!

La vieja me queda mirando sin balbucear ni una silaba. Tal vez se asombró de mi reacción… siempre he intentado ser educado, pero hoy… hoy no estoy para el comidillo de nadie y menos para viejas hociconas de mierda.

Mientras trabajaba el clima cambia abruptamente… creo que escuché truenos a lo lejos… y en lo único que pensaba era en irme raudo a mi departamento para ducharme, cambiarme e irme al bar… era sábado, y no pensaba quedarme leyendo un libro mientras una tormenta azotaba la ciudad. Necesitaba salir. Seguramente hoy se juntarían muchos obreros a contar historias… y eso era mucho mejor que mirar el techo de tu cuarto mientras la vieja memoria te come la cabeza.

22:29 p.m.
Ya en el bar me sentí aliviado, como si mil kilos de chatarra hubieran desaparecido de pronto de mi espalda. Estaba cansado y quería emborracharme… antes de pedir una pinta de birra me llama la atención la cantidad de gente extraña que había concurrido al local, le pregunto al cantinero, y este me contesta que la empresa nueva que se estaba instalando en la ciudad estaba contratando personal de toda la zona y estaban llegando algunos hombres y mujeres de la península de Brunswick, ellos eran algunos sobrevivientes que aún estaban dispersados y no estaban en los registros de las autoridades locales.

Mientras bebía mi birra se sienta a mi lado uno de los extraños y me cuenta que al sur había muy poca gente, tanto del lado chileno como argentino, que muchas aldeas nuevas trabajaban como clanes y existían leyes que no permitían la delincuencia ni el asesinato. Muchas de esas “tribus” trabajaban como células de un gran organismo patagónico.

Era interesante escuchar historias nuevas de este mundo que renace de sus propias cenizas y que crece de a poco. Yo todavía soñaba con un mundo sin bandidos ni corrupción… la vida y la humanidad me demostraban todo lo contrario, y todos los días.

No habíamos aprendido nada. 

Todo seguía como la mierda.