No quise
hacer una estupidez obvia… una puta síntesis de fin de año.
El 2017 es
como cualquier año, fue como otro pasado-presente olvidable.
Los humanos
sueñan y se desesperan año a año para que algo cambie, o tal vez en el fondo
saben que nada cambiará.
¿Qué los
mueve?
¿Esperanza?
No.
¿Otro sueño loco?
No.
¿Seguir
actuando? Sí.
¿Una especie
de síndrome de Estocolmo pero vivencial? Sí.
Es mejor
actuar, como si todo pudiera cambiarse con un abrazo, con un regalo, con una
fiesta entre conocidos y desconocidos. Con una puta cena entre familiares.
Levantando una copa que no ahoga el odio, la desesperanza, ni la estupidez.
¿Cuál sería
mi deseo para este puto año? Nada. Los deseos le pertenecen a los niños, ellos
juegan a soñar… los adultos juegan a ser imbéciles, en una rueda de imbéciles,
en un carrusel de idiotas, en una matrix asquerosa.
Y la navidad
es y será siempre un asco, una creación comercial, nada valorable, otra
creación absurda entre disparos de ciegos. Y santa disfrazado de rojo, para
promocionar una bebida cola.
El verdadero Santa es un
duende, vestido de verde.
Y la navidad es una falsa copia de Saturnalia.
Y cristo
es nada. Y Jesús es un chiste cristiano.
No hay
esperanzas.
No hay nada.
Amistad,
amor filial, amor humano, amor sexual… todo lo mismo… una mierda.
El destino
no se puede cambiar.
El libro
existencial se cierra lentamente.
Sigan
lanzando juegos de artificio, para que sigan actuando como zombies, levanten la mirada como
estúpidos siguiendo el juego de los oscuros. Sigan con la mirada muerta las luces de colores...
Humanos…
simples marionetas en un juego siniestro.