Hace unas semanas
hablábamos sobre el real valor de la vida, y esta conversación se daba en medio
del ritual normal que realizamos los pocos fines de semana que nos juntamos,
acompañados de un vodka y unas horas de conversación... algo que escasea en
estos tiempos que fluyen entre mensajes sin contenido, que se encierran en
globos bajo la esclavitud de alguna maldita red social, y prisionera de
cualquier celular que hoy ya reemplaza las viejas conversaciones... todos ya
viven de mensajes cortos sin sentido... con la mirada perdida sobre un
rectángulo siniestro que tiene embobados a los seres humanos.
Nos cuestionábamos
sobre si la vida y la suma de ella es el todo, o lo que consideramos el global
de lo vivido, o si a la vida hay que darle un sentido más profundo, aunque
implique desechar casi todo lo que consideramos real o «MI» vida.
Yo soy de la idea
de que todo debe ser eliminado de la mente... sacar de fondo los recuerdos y
desecharlos como algo no importante, y voy más allá, y esto implica en que nada
tiene valor en nuestra vida, solo esas cosas que suman algo a nuestra
conciencia, a nuestro aprendizaje o a nuestra evolución. Sé que suena radical,
pero no lo es. Nada es importante, ni familia, ni conocidos ni lo que ustedes
llaman amigos, o parejas y todos los «recuerdos» que tengas de ellas, TODO ESTO
DEBE SER ELIMINADO, y esto se logra con la simple fórmula de no sacarlo a colación jamás en ninguna conversación, se
deben encerrar en las habitaciones más profundas de nuestra mente.
Entonces, ¿Qué
tendría valor?
¿Qué cosas deben
ser consideradas importantes o recordables?
Y aquí - según yo
- son muy pocas:
- Reflexiones en
un bosque, o un campamento que te dejó algo.
- Tal vez algo
positivo que hiciste: ayudar a alguien, apoyar algo, etc.
- Algún momento
que te marcó en tu crecimiento personal.
- Etc. Esas cosas
que son muy pocas... todo lo demás: carretes, mujeres, gente, trabajo,
familiares que no ves casi nunca, todo en general... se debe desechar, y ahí
vas a ver si realmente viviste,...
En mi caso solo
guardo momentos, muy pocos momentos que siempre están relacionados con los
bosques, la oscuridad, el frío, los inviernos lunares y las extensas charlas
alrededor de una fogata... la ciudad no me ha dado nada que yo considere
valioso, a lo más... los años que he vivido junto a mi gatito regalón «Títi»...
y mientras la seudo realidad se devora el tiempo-no tiempo cada segundo que
pasa me demuestra que incluso la humanidad que tanto desprecio sigue en estos
lagos de fuego del que no pueden escapar... el mundo sigue demostrando que nada
vale una pena... y que hay muy pocos instantes o momentos que sí valen una
alegría...
En parte, esto lo
vi reflejado en un cuento de Jorge Bucay, y aquí se los dejo:
«Esta es la
historia de un hombre al que yo definiría como un buscador…
Un buscador es
alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra.
Tampoco es alguien
que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien
para quien su vida es una búsqueda.
Un día, el
buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer
caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí
mismo. Así que lo dejó todo y partió.
Después de dos
días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir. Un
poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la
derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón
de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie
de pequeña valla de madera lustrada.
Una portezuela de
bronce lo invitaba a entrar. De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y
sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar.
El buscador
traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que
estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos
se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor.
Sus ojos eran los
de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las
piedras:
Abdul Tareg, vivió
8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días.
Se sobrecogió un
poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era
una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba
enterrado en aquel lugar.
Mirando a su
alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía
una inscripción. Se acercó a leerla. Decía:
Yamir Kalib, vivió
5 años, 8 meses y 3 semanas.
El buscador se
sintió terriblemente conmocionado. Aquel hermoso lugar era un cementerio, y
cada piedra era una tumba.
Una por una,
empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el
tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo
conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido
sobrepasaba apenas los once años…
Embargado por un
dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba
por allí y se acercó. Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le
preguntó si lloraba por algún familiar.
- No, por ningún
familiar —dijo el buscador.
- ¿Qué pasa en
este pueblo?
¿Qué cosa tan
terrible hay en esta ciudad?
¿Por qué hay
tantos niños muertos enterrados en este lugar?
¿Cuál es la
horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir
un cementerio de niños?
El anciano sonrió
y dijo:
- Puede usted
serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja
costumbre. Le contaré…:
“Cuando un joven
cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí,
para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de
ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y
anota en ella:
A la izquierda,
qué fue lo disfrutado.
A la derecha,
cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia
y se enamoró de ella.
¿Cuánto tiempo
duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres
semanas y media…?
Y después, la
emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso… ¿Cuánto duró?
¿El minuto y medio
del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?
¿Y el embarazo y
el nacimiento del primer hijo…?
¿Y la boda de los
amigos?
¿Y el viaje más
deseado?
¿Y el encuentro
con el hermano que vuelve de un país lejano?
¿Cuánto tiempo
duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas? ¿Días?
Así, vamos
anotando en la libreta cada momento que disfrutamos… Cada momento.
Cuando alguien se
muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado
para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es para nosotros el único y
verdadero tiempo vivido”.»
«Fui a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido.»
HENRY
DAVID THOREAU