PRÓLOGO
[Lokasenna,
estrofa 41]
«A
la boca del río el lobo ha de estar
hasta
el día en que caigan los dioses;
como
él, si no callas, serás tú atado,
oh
forjador de desdichas».
Todo se diluye… pero de a poco, a cuenta gotas, como si lo que
conocemos como realidad intentara volver a su cauce natural.
No comprendemos el tiempo, y muy pocas veces lo intuimos… se
mueve entre misterios y paradojas, entre teorías y matemáticas…
Las ideas también se desvanecen, y los cambios son retrocesos.
Han sido 2 años de grandes transformaciones, forzadas, pero válidas
en todas sus formas.
La humanidad sigue en su retroceso, en su eterna genuflexión
servil, en su vaivén constante, con la máscara de jano.
Ya no hay nada que valga una alegría, menos una pena.
Este deambular cansino entre vidrios… es sangriento.
Los homo-plebs tienen fecha de caducidad, pero esto no importa,
porque el precio de su vida tiene rostros muertos en rectángulos que les dan
una plusvalía engañosa, patética… sin un valor real.
Sigue el baile en el palacio del Rey Cæcus, y todos siguen
danzando la sinfonía del Avus Atrox, causa primera de la materia.
… es el fin de los dioses.
… es la marcha de los muertos.
EPÍLOGO
[La
Edda de Sydgard, manuscritos de Jarl Asathørn]
«Hacia
el Ragnarök.
Los
cielos grises darán paso a los cielos oscuros.
El
sol umbrío; como un monstruo de Hel; vaciará su furia.
La
naturaleza comenzará la purga.
Será
el Ragnarök.
El
Yggdrasill es sacudido hasta sus cimientos, las hojas del otoño caen,
y
el invierno cabalgará sobre la extensión de Midgard.
Y
los ciegos saldrán del palacio para contemplar al gran lobo...»