HOY
CONOCEMOS MÁS COSAS, PERO SOMOS MENOS SABIOS
El Internet
originalmente, según la visión de Tim Berners-Lee, fue diseñado con la
intención de convertirse en una herramienta de conocimiento.
Se creía que la
libre difusión de información automáticamente produciría una sociedad del
conocimiento, una especie de nueva Ilustración. Hoy cualquiera se puede dar cuenta
–quizás porque el modelo capitalista ha cooptado la tecnología de la
información– que el Internet no ha cumplido esta promesa de libertad y
bienestar a través de la información.
El Internet se parece cada vez más a un
medio de comunicación como la televisión, cuya función esencial es entretener,
pasar el rato, distraernos (al tiempo que se nos venden todo tipo de cosas e,
incluso ya, nuestra información nos convierte en productos).
De aquí que se
haya creado el compuesto infotainment, la inseparabilidad del entretenimiento y
la información, el signo de nuestros tiempos; la información es reducida
fundamentalmente a un componente de entretenimiento o mera utilidad (top tens para hacernos ricos, guapos, sanos,
más productivos, etc.), pero no tiene lo que Walter Benjamin llamaba un
lado épico, de verdad, de sabiduría.
Las
diferencias entre las palabras conocimiento y sabiduría se han vuelto un tanto
difusas, ya que éstas son usadas comúnmente como sinónimos sin mucho
discernimiento. Una diferencia yace en que conocimiento contiene el prefijo
“con”, que significa “junto” y por lo tanto remite a una gnosis dualista,
dentro de un constructo sujeto y objeto, o algo que se obtiene con o del mundo
exterior. La palabra sabiduría en español tiene un origen que denota una
percepción, una experiencia directa de la realidad, específicamente un sabor;
podemos decir que la sabiduría es saborear el conocimiento, un acto superior
que nace del reposo y la reflexión del mismo. En inglés la palabra “wisdom” (sabiduría) tiene un origen similar, en
este caso su raíz (“wit“) tiene el
significado de “ver”. Esta palabra tiene la misma raíz que el latín “videre” (ver) e incluso que el sánscrito “veda“,
(como en los Vedas), sabiduría,
visión. Podemos sugerir entonces que el conocimiento tiene que ver más con la
aplicación y recordación de información que se produce colectivamente y que la
sabiduría tiene que ver más con la asimilación de la experiencia, con la
capacidad de ver, descubrir e interpretar la realidad.
“El conocimiento es adquirido, la sabiduría
es descubierta (en uno mismo)”, dice Charlie Amber de Daily Zen:
Parece que las personas han empezado a pensar que
funcionan como las computadoras. Entre más información le meten a sus cabezas,
mejor… El acceso a esta información puede darle la impresión a una persona de
estar mejor informada, pero esto no la hace más sabia.
Amber resalta
un punto importante, que podemos notar como algo que distingue al conocimiento
de la sabiduría: el primero es productivo, busca conocer para hacer; la
segunda, es contemplativa, busca conocer para ser:
Un siglo de industrialización y modernización ha
convencido a las personas de que la conciencia más alta en el ser humano es la
conciencia productiva. Es paradójico que el hombre, al moverse en la dirección
de la satisfacción material y el confort, se encuentra cada vez más alejado de
la vida espiritual.
Maria Popova,
del sitio Brain Pickings, hace una diferencia que nos puede servir para aclarar
estas diferencias. Información es tener unos libros sobre cómo construir un
barco, conocimiento es aplicar la información para construir el barco y
sabiduría es lo que permite que navegues el barco sin que se hunda, e incluso
que seas capaz de ir en la dirección correcta y llegar a buen puerto. En este
sentido la sabiduría tiene un aspecto moral que ni la información ni el
conocimiento tienen.
No sólo hacer lo que es bueno según la moral o ley de una
sociedad, sino saber o ver qué es lo necesario para tu propio crecimiento o
evolución. Hoy en día podemos construir naves especiales que viajan a Plutón y
allende, pero no sabemos conducirnos de tal forma que no destruyamos la Tierra.
Vivimos en la
llamada “era de la Información”, donde la cantidad de información existente se
duplica en sólo unos pocos años. Pero un aumento en cantidad no significa un
salto cualitativo (como es evidente por
el hecho de una computadora puede hacer muchas cosas, pero no puede resolver
tus problemas y hacerte feliz).
Aldous Huxley,
en Un mundo feliz, había vislumbrado una sociedad donde la supresión del
pensamiento libre y la inteligencia no ocurría a través de la violencia y la
censura, sino sobre todo a través de la saturación, de la irrelevancia, del
exceso de información inane (como ocurre
con la cultura del entretenimiento). Conocemos más cosas, pero sabemos
menos. Según Popova:
“Vivimos en un mundo donde abunda la información, pero
enfrentamos una creciente escasez de sabiduría. Y lo que es peor, confundimos
la una con la otra. Creemos que tener más acceso a la información produce más
conocimiento, y esto resulta en sabiduría. Pero, si acaso, lo opuesto es verdad
–más y más información sin el contexto y la interpretación adecuada sólo
confunde nuestro entendimiento del mundo en vez de enriquecerlo.”
Este es el
vago mecanismo que pensamos que opera automáticamente: +información:
+conocimiento: +sabiduría. Pero ni la información necesariamente se convierte
en conocimiento ni el conocimiento en sabiduría.
Hay un par de elementos
esenciales en todo esto que parecen ser cada vez más escasos: la atención
dirigida y sostenida a voluntad que convierte la información en conocimiento
focalizando la misma dentro de una práctica o disciplina (la atención es algo muy escaso hoy en día, ya que la tecnología
informática está diseñada para secuestrar nuestra atención a través de la
hiperestimulación) y la conciencia reflexiva que da sentido a la
información y al conocimiento y lo integra dentro de la continuidad de la
existencia. El conocimiento se vuelve sabiduría cuando es asimilado de tal
forma que se convierte en una forma de vivir, en una vida plena de significado;
el conocimiento que no es refinado o purificado por una conciencia moral para
así transformar al individuo, se vuelve estéril intelectualidad, verborragia,
sofistería. Gurdjieff dijo alguna vez que “un cambio de estado de conocimiento,
deber ir acompañado de un cambio de estado de ser”. Es aquí donde el
conocimiento se convierte en sabiduría, de otra forma deviene mera información
(la relación es siempre dinámica, nunca
estática).
Vivimos en la
cultura de las opiniones. Hoy en día todos tienen el derecho a una opinión. Y
todas las opiniones deben valer lo mismo, justamente porque la democracia (la religión secular de nuestros días)
tomada literalmente, hasta el absolutismo, implica que no existe la sabiduría,
sólo la información, sólo el promedio estadístico, la igualdad, nadie es mejor
que el otro, no importa que unos hayan cultivado su mente y otros no. Umberto
Eco habló sobre esto:
“Las redes
sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban
sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran
silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio
Nobel. Es la invasión de los necios.”
La opinión es
la forma más baja del conocimiento, si es que puede considerarse conocimiento.
Platón, en La república, esquematizó cuatros formas de conocer o relacionarse
con la realidad: noesis, dianoia, pistis y eikasia. Noesis es la aprehensión o
intuición directa de principios, esto es lo que llamaríamos hoy sabiduría o entendimiento
y lo cual tiene un nivel filosófico; dianoia es conocimiento en el plano de la
mente discursiva y tiene un nivel sólo científico; estas dos primeras entran en
la clasificación de episteme. Pistis es creencia o fe, sentido común práctico;
eikasia es conjetura, chisme, opinión; estas dos últimas entran en la
clasificación de doxia (opinión).
Creo que queda
muy claro cuáles predominan hoy en día.
En un famoso
pasaje del Fedro, Sócrates toma la voz narrativa del rey egipcio que recibe la
invención de la escritura del dios Thoth:
“Y ahora tú,
precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes
poderes contrarios a los que tienen. Porque es obvio lo que producirán en las
almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo
escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no
desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un elixir de la
memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría
es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído
muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo,
al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles,
además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en
lugar de sabios de verdad.”
El pasaje es
complejo ya que, por un lado, es debido a la escritura que podemos tener acceso
a las mentes brillantes de pensadores como Platón, de cuya lectura el conocimiento
tiene la posibilidad de transformarse en sabiduría, como si fuere en realidad
un “elixir de la memoria”. Por otro lado, si cambiáramos la tecnología de la
escritura en este pasaje por la tecnología de la información, el pasaje sonaría
ominosamente acertado. Quizás siempre existe una tendencia de resistencia
inicial en la adopción de nuevos medios… pero, como decía McLuhan, todos los
nuevos medios amplifican ciertas facultades sensoriales y cognitivas y amputan
otras; generalmente nos enfocamos, deslumbrados por lo nuevo, sólo en lo que
amplifican (son sólo los artistas y los
filósofos los que perciben lo que perdemos, y cuando los escuchamos
generalmente ya es demasiado tarde).
El caso es que cada medio tiene
ciertas características y existe una clara tendencia histórica a que nuestros
medios de comunicación estén orientados a una mayor cantidad de información y
una menor cantidad de reflexión e integración (el saboreo) de la misma. La cultura oral es mucho más limitada en
cantidad de bits, pero realiza una curaduría mucho más refinada de los paquetes
de información y al mantener un nivel menos saturado puede aumentar la calidad
de la transmisión. Esto es, al recibir una transmisión oral de un maestro
existe una gran riqueza de tonos y matices en la comunicación (tanto verbal como no verbal) que
permiten que la información pueda experimentarse (saborearse) con una alta definición que facilita su integración,
que penetre en todo el organismo, por así decirlo. Esto último se presta
también a momentos de epifanía o realización, momentos eureka, momentos de
satori o iluminación, como ocurre en algunas tradiciones orientales.
Para concluir
es pertinente regresar a Walter Benjamin, quien detectó hace unos 90 años este
proceso del reemplazo de la sabiduría a cambio de la información como modelo
dominante en nuestra sociedad. Benjamin entendió que el arte de la narración,
el storytelling, el cuento como tal, estaba desapareciendo. Ante el deseo de
ser modernos, ante el encandilamiento de las máquinas y aparatos, ante la
noción del crecimiento infinito, del progreso, se palpaba que “la experiencia [ha] perdido valor”. Asimismo surgía el
individualismo de la mano de la adquisición de bienes de consumo que
distinguían a los ciudadanos; perdía valor la experiencia, la sabiduría de los
viejos, el mito, la fábula, la moraleja, el cuento de hadas. Surgía la novela (literalmente lo nuevo) que dependía del
objeto, del libro –en oposición al relato, que se decía de memoria. La novela
“ni viene de ni va hacia la tradición oral”, dice Benjamin. Nace del “individuo
solitario” que no recibe consejo (“El
consejo zurcido en el tejido de la vida real es la sabiduría”, escribió).
La razón por la que el arte de narrar estaba muriendo era “porque el lado épico
de la verdad, la sabiduría, está muriendo”, algo que podía entenderse como “un
síntoma concomitante de las fuerzas productivas seculares de la historia”. De
nuevo, para la productividad lo importante es la información y su capacidad de
ser transformada en capital; no la sabiduría, cuyo valor es incuantificable.
Benjamin
sostiene que en el pasado, lo que llamamos sabiduría era una “inteligencia que
venía de lejos” pero que poseía cierta autoridad, aunque ésta no fuera sujeta a
verificarse. El poder o atractivo de la información, en cambio, es que sostiene
poderse verificar al instante. De hecho:
Su primer
requerimiento es que aparezca de tal forma que sea ‘entendible en sí misma’.
Generalmente no es más exacta de lo que era la inteligencia de hace siglos.
Pero mientras que la segunda estaba inclinada a tomar de lo milagroso, es
indispensable que la información suene plausible. Es por esto que prueba ser
incompatible con el espíritu de contar historias.
Un caso muy
concreto de esto lo vemos todos los días en las noticias en Internet cuando se
coloca un encabezado “Científicos dicen” o “Según la ciencia” y con esto se da
un coeficiente de plausibilidad o verosimilitud que aniquila la sombra mágica
de la narrativa, que elimina el espacio de la imaginación. Es real, limpio,
objetivo, contundente. A diferencia del mito que necesariamente coloca al
oyente ante un misterio, la información nos da las cosas digeridas –el trabajo
del informador es presentar una realidad, eliminar lo enigmático. Con esto se
crea la ilusión de que accedemos a la realidad, la cual puede ser definida de
manera objetiva, ya que tenemos suficiente información para abarcarla. “Ningún
evento hoy en día nos viene sin antes haber sido pasado por una explicación”.
El arte de contar historias es, contrariamente:
Mantener la historia libre de explicación al tiempo
que uno la reproduce… Las cosas más extraordinarias y maravillosas son
relatadas con gran precisión, pero las conexiones psicológicas de los eventos
no son forzadas en el lector. Se deja que él las interprete en la forma en la
que las entiende, y así la narrativa logra una amplitud de la cual la
información carece.
Al pasar al
dominio de la mera información, nos alejamos de lo misterioso, de lo
maravilloso y lo metafórico y nos acercamos a la literalidad, a la evidencia,
al dato duro, algo que quizás también sirva para explicar ciertos
fundamentalismos o extremismos que surgen de tomar la escritura al pie de la
letra y de no hacer espacio para la propia interpretación e imaginación.
La información
nos conecta con lo nuevo, con lo actual, es noticia. Pero su valor “no
sobrevive el momento en el que era nuevo. Vive sólo en ese momento; debe
entregarse completamente a él para explicarse a sí misma sin perder tiempo”,
dice Benjamin. A esta inmediatez se contrasta el tiempo expansivo y cualitativo
(el tiempo de Kairos, no el de Cronos)
de las narraciones, las cuales pueden ser distendidas y destiladas en cualquier
momento, sin caducar, generando siempre un entendimiento de la existencia. Y
aquí también tenemos la diferencia entre información y conocimiento y
sabiduría. Lo que único concierne al final de cuentas a la sabiduría, lo que es
la sabiduría misma, es el conocimiento de lo que trasciende el tiempo. Y es
que, a diferencia de la información, la sabiduría sí tiene el poder de liberar.
Asathørn:
Este tema lo conversamos en esas noches de vodkas y tabaco. Nada nuevo, pero siempre importante.
En este caso es mejor que lo diga otro, porque..., seamos sinceros,... es mejor aprender de las palabras de “otro”... de quien te enseña “al lado”.
Este tema lo conversamos en esas noches de vodkas y tabaco. Nada nuevo, pero siempre importante.
En este caso es mejor que lo diga otro, porque..., seamos sinceros,... es mejor aprender de las palabras de “otro”... de quien te enseña “al lado”.
Es obvio,... ... ... los humanos
son tarados que prefieren obviar el saber que tienen cerca, y “aprenden” más rápido
de seres lejanos.
Eligen mirar que ver.
Oír que escuchar.
"Algunos oyen con el silencio, otros prefieren
escuchar con las orejas, algunos escuchan con el pasado, otros con el
bolsillo... los imbéciles escuchan siempre...y algunos no oyen en
absoluto."
(Khalil Gibrán y Asathørn)
Fuente:
Cortesía:
Pijama Surf/Alejandro Martínez Gallardo